Hace unos días, la influencer María Pombo agitó las redes sociales con un comentario sobre el hábito de la lectura. La famosa dijo que a ella no le gustaba leer, y que no a todo el mundo le gusta leer y que los lectores no son mejores que los demás por ello. Además, añadió que era un debate que se debía superar.
Muchas personas han aprovechado la ocasión para hablar sobre el tema, por ejemplo, para explicar por qué leer no necesariamente te hace más inteligente, sino que depende de qué lees y cómo lo entiendes. Otros han expresado abiertamente su sentimiento en contra de la gente que lee mucho, afirmando el esnobismo y superioridad moral que algunas personas consideran poseer si llevan a cabo esta práctica por encima de la media del resto de mortales. Otros han confrontado directamente a la influencer afirmando que este tipo de opiniones solo contribuyen a un rechazo del conocimiento y prácticas que, aunque no muy alineadas con los ritmos de Internet, son fundamentales para la formación de las generaciones futuras.
La frase de Pombo me recordó a un póster que había en la biblioteca municipal a la que solíamos ir con mi madre por las tardes: “Si no lees, no pasa nada. Si lees, pasa mucho”. Esta frase, un poco demasiado esloganiana para mi gusto, muestra claramente una de las tres reflexiones que me gustaría destacar en este artículo.
1. No todas las lecturas son buenas lecturas
Es cierto que hoy en día hay muchas otras maneras de aprender e informarse, y es cierto que la lectura, en sí, no aporta nada más que una buena práctica de comprensión lectora. Sin embargo, cuando se habla de la lectura, siempre recurro a una frase que me caló mucho de mi profesora de secundaria: “entre leer porquerías y no leer, es mucho mejor no leer”. Entre que tu libro favorito sea el Mein Kampf o no leer, es mucho más recomendable destinar el tiempo a otras cosas. Entre solo consumir las fastidiosas obras de Federico Moccia o no leer, querida, mejor mira documentales de animales en la BBC o aprende a hacer algo con un vídeo de TikTok. Además, si lo reducimos al absurdo, leer las instrucciones de la lavadora también es leer, y eso (pienso) no le gusta a nadie.
Leer como acto es virtuoso, es cierto, pero no todas las lecturas provocan ese despertar intelectual que muchas personas refieren a la lectura. Por lo tanto, aquí, pienso que Pombo tiene razón, y quizás debemos bajar un poco los humos cuando hablamos de nuestras prácticas lectoras.
2. La práctica de la lectura no sólo se consigue con los libros
Sin embargo, leer es una actividad que se ha demostrado buena para el cerebro, no solo para incrementar la comprensión lectora, sino también para mejorar nuestra capacidad de habla y uso del lenguaje, aprendiendo nuevas maneras de decir las cosas y mejorando nuestro dominio de palabras y expresiones. Leer libros es una cosa, pero también conozco personas que leen muchos artículos, muchos diarios, poemas o, incluso, posts de Instagram largos donde las personas se sinceran sobre sus sentimientos en los últimos días del mes. ¿No es eso, también, leer? ¿Dónde dibujamos la línea de lo que es lectura activa o pasiva? ¿Las conversaciones largas de WhatsApp son lectura? ¿Leer los títulos de muchos reels es una práctica? Como decimos los jóvenes, no tengo pruebas, pero tampoco dudas, de que la línea se encuentra en un punto entre el párrafo de texto que recibes de tu amiga en crisis y el Ulises de James Joyce.
3. No es leer, es aprender
Cuando alguien nos dice que es una persona muy lectora, lo que relacionamos directamente es que es una persona con gusto por aprender. Leer, como actividad, es tedioso si el contenido de la lectura no te despierta un interés. Como ya he mencionado antes, no creo que nadie se sienta apasionado por la lectura de las instrucciones del lavavajillas, ni tampoco por el documento sobre la normativa de recursos humanos en las empresas medianas.
Lo que destaca María Pombo en su comentario se puede estirar un poco más y entrar en el debate que realmente hay detrás de la lectura: al final, no nos importa si las personas leen o no, sino si tienen voluntad de aprender, si tienen inquietudes o ganas de adentrarse en teorías, historias, descubrimientos y otras aventuras explicadas con palabras. Si decimos que no hay que dar tanta importancia a la lectura, es porque la lectura se presenta como uno de los vehículos posibles para aprender, no único, pero sí altamente recomendable.
Sin embargo, conozco personas muy inteligentes que leen más bien poco y personas profundamente estúpidas que leen un libro a la semana. La práctica no hace la cosa, y leer, lamentablemente, no es garantía de una inteligencia superior ni tampoco de un éxito en ningún aspecto de la vida más allá de sostener la red de bibliotecas y librerías locales.
"Conozco personas muy inteligentes que leen más bien poco y personas profundamente estúpidas que leen un libro a la semana"
En definitiva, Pombo sabe que este comentario le traerá viralidad, y seguramente por eso lo ha hecho. De tonta no tiene ni un pelo, le guste leer o no. El caso es que cuestionar la lectura es un tema difícil para aquellas personas que nos encanta leer, pero también pienso que debemos ser más comprensivos con aquellas personas que, por una razón u otra, quizás no leen tanto, pero dedican su tiempo a hacer otras actividades que también les repercuten positivamente.
Aprender, al fin y al cabo, puede tomar muchas formas. La lectura es claramente una de ellas, y debemos respetar que algunas personas no la disfruten, aunque tampoco podemos denigrarla o menospreciarla como una actividad exclusivamente reservada a ratones de biblioteca. Al final, lo que importa es que cada uno encuentre su manera de crecer y aprender, sea leyendo o haciendo cualquier otra cosa que les apasione.