Politóloga y filósofa

Una vida de gánster

17 de Septiembre de 2025
Arianda Romans | VIA Empresa

¿Qué pasa cuando una persona o un grupo de personas decide que no seguirá el pacto social? Que las normas de la justicia que compartimos entre todas las personas de una sociedad no solo no les interpelan, sino que les parecen esquivables y crean su propio código moral aparte. ¿Qué pasaría si, en lugar de ser una minoría, fueran una mayoría en nuestra población? ¿Podemos permitir que cada cual se tome la justicia por su mano?

 

Una de las series de televisión que responde de mejor manera a estas preguntas es The Sopranos, una historia ambientada en un ficticio jefe de la mafia de Nueva Jersey (Tony Soprano) y su familia, profesional y personal. Para quien no haya visto la serie, es The Office versión gánster. Todo empieza cuando Tony Soprano comienza terapia psiquiátrica con la doctora Melfi. Siendo una persona poco familiarizada con este entorno y sus dinámicas, pero con ataques de ansiedad diarios y una profunda depresión, lo que es un hombre violento e imponente decide dejarse tratar por un servicio de salud mental. Pero, claro, allí no podrá contar todo lo que quisiera de su vida, por lo que tendrá que servirse de metáforas y otras estratagemas narrativas para poder buscar la ayuda necesaria por parte de su profesional doctora.

Ser gánster, lejos de la imagen fácil que nos han vendido las películas, no es una empresa sencilla. En palabras de uno de los personajes de la serie, Johnny Sacramoni: “¡tenemos más normas que la Iglesia católica!”. Y es que, para ser una microsociedad regida por un código ético y moral alternativo a la justicia normativa, las mafias tienen unos códigos que no conviene ni olvidar ni subestimar. Tony Soprano, lejos del líder impenetrable que muestran muchas películas de acción, lejos del ser visceral que suele perfilarse en este tipo de personajes, se muestra como un hombre vacío, un hombre perdido que resuelve todos sus problemas de forma burda: con sexo, con dinero o con violencia.

 

"Ser gánster, lejos de la imagen fácil que nos han vendido las películas, no es una empresa sencilla"

La serie, así, es un retrato paródico de la relatividad entre el bien y el mal que existe en este tipo de entornos, un testimonio vivaz de los principales hechos históricos del tiempo en el que está ambientada y un dibujo fantástico de los estereotipos y principales debates de esta microsociedad. Como ya sabemos por otras experiencias reales o cinematográficas, los gánsteres se rigen por otro código ético y moral. La justicia es un concepto subjetivo y abierto a interpretación; la vida tiene un valor diferente del que la sociedad general le otorga. El mundo es un universo de posibilidades donde la violencia es intercambiable por las cosas que deseas. En las películas, en las canciones y en otros productos culturales, el lore de los gánsteres se muestra como un universo de adrenalina, excitación y emociones fuertes, pero aquí también se representa mucho vacío, mucha incertidumbre y, sobre todo, existencialismo.

Ahora que es verano, creo que este tipo de series tienen un valor importantísimo. Primero, de conciencia histórica, aunque sea la historia reciente de los 2000. Segundo, de reflexión entre risas sobre los patrones principales de nuestra sociedad y algunos de los debates más arraigados, como si somos buenos por naturaleza o por conducta, si el determinismo social o el libre albedrío son los que rigen nuestras maneras de actuar, o cuáles son las cosas realmente importantes en la vida. Tercero, de descanso entre las tareas del verano que ahora, a diferencia del curso académico, te puedes permitir ver entre quehaceres. Y cuarto, pero no menos importante, reflexionar sobre nuestra propia vida y pensar quién seríamos nosotros, si tuviéramos una vida de gánster.