Estoy en una conferencia académica y todo el mundo utiliza palabras esdrújulas. Palabras largas, muy suntuosas, pero que hay que conocer o cuesta seguir la explicación. Siempre he estado a favor de usar palabras bonitas y literarias, pero en una conferencia y, sobre todo, cuando hablamos de problemas colectivos, creo que nos hacen un flaco favor. Especialmente si queremos que aquellas personas que no conocen las palabras, ni el debate académico, participen en nuestra conversación y nos ayuden a enriquecerla. Resiliencia, dinámicas cocreativas, conocimiento situado, transversalidad, interseccionalidad, asertividad, postcapitalismo, sinergias, interdependencias, decolonización radical, alteridades, ecosemiótica, multivocalidades, posthumanismos, injusticias epistémicas y cualquier combinación de más de dos de estos términos es común en encuentros académicos, pero la mayoría de la población no está familiarizada con estos términos.
Las palabras esdrújulas, especialmente las que suenan elegantes o intelectuales, generan distancia. Distancia porque muchas personas no conocen estas palabras o no forman parte de su vocabulario diario, y distancia por la vergüenza o sensación de inferioridad que generan en aquellos que, también involucrados en los problemas que transportan estas palabras, no pueden usarlas ni tampoco tomarlas como propias. No se sienten cómodos con el uso de unas palabras que perciben como superiores, porque de alguna manera lo que estas palabras les están diciendo es: eres un ignorante. Y la ignorancia no solo es una cuestión de educación, sino también de clase y de posición socioeconómica.
Aunque en nuestras sociedades sabemos que los derechos y los deberes son relativamente igualitarios entre toda la ciudadanía, las posibilidades y oportunidades de las personas son diferentes según sus condicionantes personales, es decir, edad, clase, color de piel, origen, barrio, familia, capacidades. Nuestro dominio del lenguaje también dice mucho de quién somos y cuál es nuestro espacio en la sociedad.
"Las palabras esdrújulas, especialmente las que suenan elegantes o intelectuales, generan distancia"
Está claro, ante esta situación, que muchas que ya conocemos desde hace años, nos encontramos en un debate: ¿tenemos que usar palabras más sencillas para que todo el mundo pueda participar, o tenemos que trabajar para seguir haciendo que el debate sea lo más exacto y concreto posible? ¿Tenemos que seguir trabajando para que la imaginación intelectual cree nuevas palabras para referirnos a la sociedad, aunque eso quiera reducir el intercambio? Entre la cantidad y la calidad, ¿a quién debemos priorizar? ¿Es posible hacer alta ciencia, altas humanidades, alta filosofía, con palabras de la calle? No soy la primera ni tampoco la última que tendrá estos debates y remordimientos internos.
Tampoco creo que sea un debate con mucha solución; pero creo que sí nos permite, a los que nos dedicamos a este campo, tomar una decisión: decidir a quién nos dirigimos, con quién queremos hablar. Decidir, desde nuestra obra, desde nuestro uso del lenguaje y las palabras, con quién queremos hablar. Una decisión individual con implicaciones colectivas, pero que quizás es la manera de hacer que el individuo tenga la discreción necesaria para decidir, como mínimo, con quién quiere construir, y si quiere construir comunidad o alianzas estratégicas sociotransversales.