Experto en transformación digital e innovación

Cuando trabajamos en el AVE, no estamos solos

20 de Junio de 2025
Jordi Marin | VIA Empresa

Pantallas abiertas, conversaciones confidenciales, datos a la vista... Trabajar en el AVE es cómodo, pero a menudo olvidamos que no estamos solos. Estas últimas semanas he ido a Madrid en tren de alta velocidad. Un trayecto que muchos hacemos a menudo. Llevamos el portátil, los auriculares, el móvil y un poco de trabajo pendiente. Y, de repente, aquel vagón silencioso se transforma en una extensión de nuestra oficina. Pero, ¿somos conscientes de qué exponemos cuando decidimos convertir un espacio público en lugar de trabajo?

 

Durante los trayectos, he visto presentaciones con datos internos de empresa, correos con información sensible, informes de clientes, e incluso una videollamada sin auriculares hablando de una reestructuración. Y todo esto, desde el asiento de al lado, a medio metro de distancia, y la verdad, sin mucho interés ni ganas de saberlo, pero se hace inevitable.

Vivimos inmersos en una cultura de la hiperconexión. El teletrabajo y la movilidad han roto las paredes físicas de la oficina, pero no hemos sabido trasladar con la misma conciencia los límites de la privacidad.

 

Trabajar en el tren, en el aeropuerto o en una cafetería puede ser muy práctico, pero a menudo olvidamos que no estamos solos, y que hay ojos (y orejas) muy cerca. Y no hablo sólo de espionaje industrial —que también—, sino de buenas prácticas, respeto a la confidencialidad y, sobre todo, conciencia digital.

Cuando abrimos el portátil en un lugar público sin filtro de pantalla, estamos enseñando mucho más de lo que pensamos. Cuando hablamos por teléfono o hacemos una reunión en abierto, estamos exponiendo información que puede afectar a personas, empresas o estrategias. Y cuando conectamos a redes Wi-Fi abiertas, dejamos la puerta abierta a riesgos muy reales de ciberseguridad.

Esto no es ciencia ficción. Es el día a día. En un momento en que la ciberseguridad es una prioridad estratégica para cualquier organización, el principal riesgo a menudo no es el hacker, sino el trabajador despistado.

Y aquí hay una reflexión de fondo: nos falta cultura digital y conciencia de privacidad. Y no sólo a los estudiantes o a profesionales más jóvenes, sino a menudo a los mismos altos cargos. La información es un activo crítico, pero parece que en el tren o en la sala de embarque del aeropuerto todo vale.

"Parece que en el tren o en la sala de embarque del aeropuerto todo vale"

Necesitamos formación, protocolos y, sobre todo, liderazgo ejemplar. Porque si los directivos no tienen cuidado, es difícil pedirlo a los equipos. Y porque un dato expuesto —por pequeño que sea— puede tener un coste muy alto.

El futuro pasa por seguir trabajando en movilidad, sí. Pero con conciencia. Con filtros de privacidad, con cascos, con conexiones seguras, con espacios dedicados y, sobre todo, con cultura. No es sólo una cuestión de tecnología. Es una cuestión de actitud.

Porque cada vez que abrimos el ordenador en un tren y nos olvidamos de quién tenemos alrededor, quizás estamos dejando mucho más que los datos personales. Estamos dejando la confianza.