En dos días seguidos hemos tenido ocasión de pisar un par de adoquines barceloneses relacionados con la cultura, la belleza, la economía y, en definitiva, la felicidad. Uno en la librería Ona. El otro en el hotel Seventy. El de la librería Ona fue el miércoles 29 de octubre en una nueva sesión de Intermèdia Cultura dedicada al “coleccionismo, la cultura y el economicismo”, con Tatxo Benet como figura invitada y la suspensión de su museo del Arte Prohibido como telón de fondo de la conversación que mantuvimos en una tarde lluviosa, en presencia de unos 40 miembros de la comunidad de clientes y amigos de Intermèdia.
Entre ellos, los asesores bancarios Ignasi Camí y Enric Santamaria, los abogados Montse Piñol, Joaquim Jubert, Joan Eduard Rodés y Jordi Bonet, el exjuez Josep Niubó, los asesores de empresa Xavier Pérez Farguell y Enric Pérez Díaz, el arquitecto y pintor Marcià Codinachs, el empresario Ramon Felip, els periodistes Jesús Conte i Jordi Fortuny, el fotógrafo Joan Reig, el exdirector de Sensus Adrià Presas, los biólogos Rosabel Casajuana y Eduard Cruells y otros notables profesionales con inquietudes culturales y antigua vinculación al mundo de los negocios.
"La belleza es terapéutica"
La primera cuestión planteada en la conversación, obviamente, hizo referencia a la palabra “economicista”, incluida en el título por el propio Tatxo, que según los diccionarios significa “criterio o doctrina que concede primacía a los factores económicos por encima de cualquier otro” y que según el periodista-empresario no sirve para definir los objetivos de su vocación de coleccionista. Según Benet, hacer una colección bajo este criterio es un error, dado el valor extremadamente variable de los objetos coleccionables.
De acuerdo. Pero entonces, ¿por qué hacerlo? Pues por el simple placer de hacerlo y sobre todo de compartirlo. Benet está convencido de que la visión de su Museo finalmente clausurado a causa de un escarnio ajeno al contenido de la muestra que nadie quiso detener, sirvió, por encima de otras consideraciones, para ensanchar la capacidad de tolerancia de los barceloneses, cosa que no fue posible hacer en Andorra ni en Italia donde estaba previsto exponer la colección.
Por otro lado, la creación de aquella colección que hoy duerme el sueño de los justos finalmente también fue censurada. En un almacén, hizo que se hablara de Barcelona en todo el mundo, a modo de gran anuncio publicitario no especialmente buscado, que puso el nombre de la ciudad en la cima de la civilización y la convivencia. ¿Sería "economicista" explicar internacionalmente que Barcelona es la ciudad más tolerante del mundo?
¿Una ciudad que de vez en cuando se enfada como una mona y que históricamente fue definida como La Rosa de Fuego, por ejemplo? Pues sí. Yo diría que sí, siempre y cuando no se le toque lo más sensible, y aunque la tolerancia sea un producto tan difícil de medir.
La belleza de Anna Gener

El otro evento fue el día antes, martes 28, cuando la gran prescriptora de opinión pública Anna Gener presentó por primera vez su libro Sobre la belleza, apuntes de arte, arquitectura y ciudades, publicado por Libros de Vanguardia, ante un público realmente entregado.
Un público formado también por profesionales de diferentes disciplinas, como los abogados Montse Piñol y Pere Comas, la primera teniente de alcalde Eugènia Gay, la empresaria Immaculada Amat, el presidente de Pimec, Antoni Cañete, el economista Oriol Amat, la directora general de la Agencia Catalana de Turismo Arantxa Calvera o la ejectuvia tecnológica de Openchip, Therese Jamaa, que iban notando cómo su particular bullicio mental iba disminuyendo a medida que la escritora-oradora desarrollaba, en voz muy bajita, su teoría.
¿Qué teoría? Pues, sencillamente, que la belleza es terapéutica. Que hay que disfrutarla cada día como hace ella, que cada día cuelga una pintura en Twitter (bueno, llamémosle X) para empezar bien la jornada con esta gimnasia mental. Una especie de meditación compartida, antes de empezar la lucha diaria.
Parece evidente que una lucha sin belleza sería sin duda mucho más desagradable. De ahí la conveniencia o mejor dicho, la necesidad, de crear entornos de trabajo estéticamente agradables, tanto externos (arquitectura y urbanismo) como internos (decoración e interiorismo). ¿Y esto tiene un valor económico aunque no sea “economicista”? Sí, lo tiene en forma de convivencia, productividad, incremento del valor patrimonial de los bienes inmuebles o disminución del gasto sanitario, por poner solo algunos ejemplos.
"Parece evidente que una lucha sin belleza sería sin duda mucho más desagradable"
La cuestión es hacerlo sin perjudicar derechos fundamentales a la vivienda de personas vulnerables que también se deben poder beneficiar de la regeneración de barrios y ciudades, como históricamente ha pasado en Barcelona antes del boom del turismo y de la instalación masiva de profesionales extranjeros expatriados en nuestra casa.
¿Quién puede dudar de estos beneficios? No la bella Anna, que, por cierto, es ejecutiva jefe de la consultora inmobiliaria Savills, fundada en Londres y con sede estatal en Madrid, ni el periodista, empresario y nadador de fondo (cada día nada unos 2.000 metros en la piscina de su casa) Tatxo Benet. Dos grandes creadores de riqueza, tangible e intangible, enamorados de Barcelona, de la belleza y de la belleza de Barcelona.
Que tampoco es tan difícil.