“Don’t look up, Catalunya!”

En los últimos años se han multiplicado los fenómenos meteorológicos destructivos con consecuencias en los precios de alimentos como el aceite, café, cacao o azúcar

Manzanas de la variedad Tessa en los campos de Fructícola Empordà | ACN
Manzanas de la variedad Tessa en los campos de Fructícola Empordà | ACN
Francesc Reguant | VIA Empresa
Economista, experto en estrategias de la agroalimentación
09 de Agosto de 2025 - 05:30

“Don’t look up" (No miren arriba) es el título de la conocida película de 2021 dirigida por Adam McKay. El filme es una genial y oportuna sátira sobre la elusión de las evidencias y la negación de las acciones imprescindibles para evitar una catástrofe global. Se trata de una referencia directa al riesgo venidero del cambio climático, representado, en este caso, por un meteorito que caerá irremediablemente en la Tierra si no se actúa.

 

Durante muchos años el cambio climático fue visto como una teoría de cuatro científicos. Entre la ciudadanía había quien se lo creía y quien no, como si fuera un tema de fe. El futuro, supuestamente lejano, no preocupaba mucho. Sin embargo, las previsiones realizadas desde la ciencia se iban cumpliendo. Y se siguen cumpliendo.

Fue, sin embargo, un equipo de economistas liderados por Nicholas Stern quien hizo abrir los ojos en 2007. El principal riesgo del cambio climático serían las consecuencias económicas que se derivarían. Por ejemplo, la subida del nivel del mar exigiría construir diques para evitar inundaciones o realizar costosas infraestructuras para gestionar un agua más irregular. El problema es que todo esto acabaría costando mucho dinero. El cambio climático pasó a ser un problema económico de dimensiones gigantescas. El mayor al que habría tenido que enfrentarse la humanidad.

 

Con este giro, el cambio climático empezó a dar más miedo y esta se introdujo en el imaginario colectivo. La ansiedad impulsó las urgencias y la necesidad de encontrar una solución rápida y fácil alimentó la búsqueda de culpables cercanos e identificables. El sector primario tenía las mejores características para jugar este papel y así se le adjudicó. En contraposición, se diseñaron modelos agronómicos supuestamente más eco-responsables, pero incapaces de cubrir la demanda alimentaria.

Desde el sector agroalimentario se advirtió del problema del suministro de los alimentos. Desde estas páginas se afirmó que la crisis del cambio climático estallaría como crisis alimentaria. Los hechos lo avalan, vamos por este camino y así lo hemos ido explicando. Por ejemplo, los precios de los alimentos medios desde 1990 a 2005 habían seguido una trayectoria muy estable. Pero, desde 2006, todo se trastornó. De acuerdo con el Índice de Precios de los Alimentos de la FAO, desde 2005 a hoy los precios de los alimentos se han incrementado un 54% en evolución real o un 100% en evolución nominal.

Desde una ola de calor en Rusia llegamos al estallido de la extrema derecha global. En todos los movimientos sociales hay múltiples causas, pero el cambio climático pone la chispa para que el conflicto estalle

Desde 2007 hemos sufrido cinco crisis agudas de precios, tres de las cuales directamente relacionadas con el cambio climático. La burbuja especulativa de 2007, relacionada con el impulso de los agrocarburantes, supuso un incremento de un 92% de los precios nominales de los cereales, el principal producto para la alimentación humana. La crisis de precios de 2010 es aún más ilustradora. Una ola de calor extrema sobre Rusia provocó un incremento del 64% del precio nominal de los cereales y, de rebote, que se doblara el precio del pan.

Las consecuencias de esto no se hicieron esperar. En Túnez y Egipto se levantaron protestas al grito de “pan y libertad”. Al poco tiempo se iniciaban las guerras del Norte de África. Seguidamente, una avalancha de inmigrantes rompió las capacidades de aceptación de la Unión Europea (UE). Como respuesta, se está produciendo el incremento general de las ideas autocráticas de extrema derecha. Ellas han dado la victoria a Donald Trump. Desde una ola de calor en Rusia llegamos al estallido de la extrema derecha global. En todos los movimientos sociales hay múltiples causas, pero el cambio climático pone la chispa para que el conflicto estalle.

Pagesos collint en uns camps de Gavà | ACN
Payeses recolectando en unos campos de Gavà | ACN

En paralelo, las tensiones crecientes en los mercados alimentarios han afectado también a los elementos necesarios para su producción: el agua y la tierra. En California se ha iniciado un mercado de futuros sobre el precio del agua. Aquí la disponibilidad de agua es motivo de crecientes preocupaciones. En cuanto al suelo agrario en España, según el ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación (MAPA), en los últimos cuatro años (2020 a 2024) los precios se han incrementado un 13,77%. Una tendencia que va acompañada de una creciente compra de suelo agrario con fines especulativos o en reserva frente a una previsible escasez con precios de los alimentos muy superiores. Es decir, de alguna manera podríamos decir que están esperando el hambre.

Las tierras que se buscan son las de regadío. En este sentido, merece la pena observar la diferencia de precios, según el MAPA. Una hectárea de olivar de secano tiene un precio en 2024 de 13.063 euros. El precio de una hectárea de olivar de regadío es 25.245 euros. Esto significa un 93% más que la de secano. Sin embargo, si nos referimos a una hectárea de cultivos en invernadero, el precio por hectárea se sitúa en 241.797 euros. Es decir, casi un cuarto de millón de euros por una hectárea de invernadero. A la luz de estas cifras sorprende que todavía haya en Catalunya quien no acaba de prohibir cualquier instalación destructiva de placas solares sobre terrenos de regadío. En este tema se necesitan leyes, no declaraciones.

En los últimos años hemos vivido una multiplicación de fenómenos meteorológicos destructivos con consecuencias directas en los precios de diversos alimentos tales como el aceite, el café, el cacao, el azúcar, etc. Finalmente, estas últimas semanas diversos medios de comunicación se han hecho eco de la relación directa del cambio climático con los precios de los alimentos. De alguna manera se ha ensanchado la percepción de riesgo climático en relación con el suministro alimentario. El hecho de tomar conciencia del problema es positivo. Pero... sorprende la tardanza en darse cuenta.

Sorprende que todavía haya en Catalunya quien no acaba de prohibir cualquier instalación destructiva de placas solares sobre terrenos de regadío

Curiosamente, en nuestra casa, hemos hecho lo contrario de lo que hacía falta hacer. Hemos denigrado y despreciado la actividad agraria con acusaciones exageradas o simplemente falsas. Hemos señalado como generalizables unos modelos de producción global y socialmente inviables. Hemos consentido la pérdida de suelo agrario. Todo ello, con indiferencia, arrogancia y absoluta falta de visión de futuro.

La alternativa, sin duda, será una mayor dependencia del suministro alimentario vía importación. Estamos en un mercado global y no debe incomodar la interrelación comercial con el resto del mundo. Pero defender los activos más preciados es el ABC de cualquier estrategia de desarrollo económico, social y medioambiental. En este caso, las áreas de regadío, sobre todo por sus potenciales futuros en el seno de una agricultura de precisión tecnológicamente avanzada.

En Catalunya, nuestro serio desequilibrio entre la capacidad productiva de nuestra agricultura y la demanda presente y futura nos ha obligado a ingeniar un sistema alimentario basado en la compra de inputs primarios vía importación, acompañados, sin embargo, de una gran capacidad industrial transformadora propia hacia productos de más valor añadido. Este modelo ha permitido desarrollar una de las industrias agroalimentarias más importantes de Europa. Ha sido una buena estrategia, a la que le hace falta, sin embargo, un esfuerzo por internalizar los costes medioambientales a través de una actividad bioeconómica pertinente.

Sin embargo, si bien este modelo ha sido exitoso, cabe pensar que, en momentos de mayor incertidumbre como el actual, prescindir con indiferencia de las capacidades productivas propias no se puede considerar una buena estrategia. Hay que darse cuenta, a la vez, de que los pies de fuera serán mucho más caros. Es un buen momento para defender los intereses de país, aunque enfade a unos cuantos votantes que verán afectados sus intereses a corto plazo. El meteorito de la película Don't look up se va acercando. Hay que mirar arriba y, al hacerlo, reaccionar en defensa de los intereses de país y de futuro.