
“...Nos enfrentamos a un nuevo gran incendio. ¿Qué se ha hecho mal? ¿Qué conclusión no se ha aplicado? Tendremos que seguir el debate, pero, a mi entender, hay que cambiar el enfoque estratégico. (...) Estamos perdiendo la guerra frente a los incendios forestales (...) debemos aceptar como hipótesis el cambio climático y actuar en consecuencia (...) debemos crear discontinuidades, es necesario, en las áreas sensibles, segmentar el territorio. ¿Convertirlo en un jardín? No se trata de jugar con las palabras, pero sin duda hay que artificializar los bosques para poder conservarlos.”
Este texto es un pequeño extracto de un artículo mío en el diario El País publicado el 29 de julio de 1998. El escrito mostraba la contrariedad por el hecho de que después de los grandes propósitos que se hicieron en relación con los grandes incendios de 1994, cuatro años después nada había cambiado. ¡Hace 27 años de esto!
No es un escrito sobre los últimos incendios en Castilla, Galicia y Extremadura o en Catalunya. Sin embargo, parece que sea un texto actual. Con alguna diferencia, entonces, en 1998, la evidencia del cambio climático aún no era suficientemente asumida. Pero era patente, como hoy, la sensación de impotencia frente a unos fuegos cada vez más difíciles de apagar. En el artículo usé conscientemente la palabra más provocativa: “artificializar”. Era necesario dar un grito contra los dogmas de la inviolabilidad de los bosques, una de las causas más importantes de su fragilidad.
Desde entonces, se ha aprendido mucho. Los bomberos y las entidades territoriales han mejorado su comunicación y coordinación. Los bomberos disponen de mejores herramientas y han incorporado las tecnologías más avanzadas para entender y luchar contra el fuego. Pero, preguntado Marc Castellnou, jefe del Grupo de Refuerzo de Actuaciones Forestales (GRAF), sobre por qué ahora se producen estos incendios de quinta generación tan difíciles de controlar, contesta que hay dos razones principales. En primer lugar, la meteorología ligada al cambio climático. Pero, en segundo lugar, el abandono de las áreas rurales y consecuentemente la falta de gestión de los bosques. En este sentido, la despoblación rural ofrece muchas oportunidades al fuego.
¿Por qué cuesta tanto desarrollar unas políticas forestales que conlleven más madera, más agricultura y más ganadería que den vida y habitantes al mundo rural? Porque no es rentable
Hoy, desde los centros expertos y del propio imaginario colectivo hay cada vez más consenso en decir que hay que gestionar el bosque de manera productiva, si bien con atención a los límites naturales de su crecimiento y atención a sus equilibrios morfológicos y de su biodiversidad. Expertos ecólogos y técnicos forestales así nos lo explican. Hay que actuar sobre la densidad de la arboleda, se debe huir de las altísimas densidades que tienen hoy algunos de nuestros bosques. Hay que segmentarlo creando discontinuidades. Hay que reconvertir el paisaje hacia una realidad más diversa, más colorida, en forma de mosaico formado por una simbiosis de bosque, ganadería y agricultura. Hay que producir y consumir sus múltiples productos, todos ellos renovables: construcción con madera, aplicaciones del corcho, biomasa para calefacción, productos de uso industrial como las resinas, colas, frutos, setas, etc. Todo ello, estableciendo formas inteligentes de estímulo. Pero realizándolo de una manera ordenada, en estrecha cooperación entre la Administración Pública y los propietarios.
Esto es fácil de decir, pero no de hacerlo. ¿Por qué cuesta tanto desarrollar unas políticas forestales que conlleven más madera, más agricultura y más ganadería que den vida y habitantes al mundo rural? La respuesta es muy sencilla: porque no es rentable. Esto es una respuesta desenfocada. No es rentable porque solo reconocemos el valor natural, paisajístico, social y económico del bosque cuando no lo tenemos. Lo reclamamos cuando se nos ha quemado. Entonces, con sufrimiento y lágrimas en los ojos, nos preguntamos quién es el culpable.
No se trata solo de tener más habitantes en el mundo rural, sino de intervenir en la dinámica del bosque
A pesar de todo, se ha avanzado. Nos estamos coordinando mejor y las políticas empiezan a orientarse adecuadamente de acuerdo con este modelo más resiliente. Sin embargo, la clave sigue estando en aquello que Marc Castellnou nos ha explicado: el abandono de la vida rural. Pero no se trata solo de tener más habitantes en el mundo rural, sino de intervenir en la dinámica del bosque. Y esta tarea, quien mejor la ejecuta es el sector primario con la actividad agrícola, ganadera y la actividad forestal. Esta es la clave. Además, el turismo, la gastronomía y los servicios ambientales, con un papel igualmente positivo, tienen o deberían tener una vinculación sinérgica con la actividad primaria. Sin embargo, quien de forma natural, vinculado a su actividad, realiza la función defensiva es el sector primario.
Por el contrario, la mera residencia en el mundo rural de teletrabajadores no suele contribuir mucho a la defensa del entorno natural. Incluso, en algunos casos, a esta población le cuesta comprender la ruralidad y se oponen a las políticas transformadoras. A pesar de ello, la mejora de la cantidad de población rural es importante y es también un elemento que ayuda al mantenimiento de los servicios rurales y consecuentemente al sostenimiento de la actividad primaria. En este sentido, son válidas las actuaciones sugeridas en el artículo Micropueblos y equilibrio territorial: una muestra de realidad:
- Sostener la actividad agroforestal y alimentaria como actividad presente durante todo el año, con una mayor capacidad de retención de población estable.
- Potenciar la actividad de turismo rural y medioambiental.
- Impulsar la defensa del medio ambiente con programas ad hoc atendiendo las características de cada entorno desde programas globales de país.
- Garantizar la calidad y alcance a todo el territorio de las comunicaciones telemáticas precisas.
- Mejorar el transporte público adaptado a trayectos con pocos pasajeros.
- Impulsar las capitales de comarca. Las capitales de comarca articulan y cohesionan la vitalidad de los núcleos de pequeña dimensión.
- Deslocalizar centros públicos. Si se desea mejorar el equilibrio territorial, esta asignatura se debe aprobar. No puede estar todo en la plaza de Catalunya de Barcelona.
- Avanzar hacia una fiscalidad y unas normativas capaces de comprender la diferencia y la singularidad de los pequeños municipios rurales.
Tampoco es una buena estrategia confiar la defensa del bosque, solo, a un ejército de funcionarios cuya función es limpiar el bosque. Su labor seguro que es importante, pero no es la mejor alternativa si esta es la única que tenemos. Este es un concepto a veces difícil de explicar, pero los incendios no tienen horario. Su vigilancia por todos los capilares del territorio solo la realiza de manera natural y sin horarios el payés.

¿Cómo podemos recuperar y sostener, pues, una actividad primaria rentable en las áreas rurales? En primer lugar, no equivocándonos idealizando un mundo de pequeñas explotaciones basadas en técnicas tradicionales. Las pequeñas explotaciones pueden jugar un papel, pero su vocación debe ser buscar su viabilidad mediante el escalado a través de la integración horizontal y vertical, vía cooperación y la multifuncionalidad que incorpore el agroturismo y los servicios ambientales.
Estas pequeñas explotaciones, por esta vía, dejan de ser pequeñas explotaciones transformándose en unidades empresariales complejas y resilientes. Su viabilidad, sin embargo, requerirá un reconocimiento y remuneración de los bienes públicos que aporta su presencia y actividad. No necesitamos héroes, esclavizados por mil trabajos no rentables, en las áreas rurales; necesitamos empresarios payeses de empresas viables.
Hay que comprender y orientar las políticas hacia la remuneración de los bienes públicos de la actividad primaria en defensa de nuestro territorio y de nuestros bosques
Las nuevas orientaciones de la PAC, con todos los defectos que podamos encontrar, entre ellos uno esencial que es la reducción de recursos, hablan otro lenguaje que identifica más claramente la dificultad natural como valor subvencionable. Un poco en la dirección del modelo de las dos agriculturas aquí defendido.
Efectivamente, hay que comprender y orientar las políticas hacia la remuneración de los bienes públicos de la actividad primaria en defensa de nuestro territorio y de nuestros bosques. Tal como decía recientemente Oriol Amat. “El fuego arruina, prevenir ahorra. Cada hectárea de bosque quemada cuesta unos 24.000 euros apagarla y reforestarla. En cambio, prevenir los incendios habría costado alrededor de 500 euros por hectárea. Estos datos resumen una realidad incómoda: estamos gastando 50 veces más en apagar incendios que en evitarlos”. Sin duda, un buen argumento para que no dé miedo ni rechazo aportar fondos para sostener una actividad primaria en las boscosas áreas rurales como garantía de defensa de unos bosques en riesgo creciente.