Nos situamos en el mes de marzo de 2022, en un entorno de alta inflación pospandémica, con una guerra ruso-ucraniana que acababa de comenzar. El día 16 de aquel mes, la Reserva Federal (Fed) estadounidense aumentaba los tipos de interés, por primera vez desde 2018. En los meses que siguieron, entre abril y junio, numerosos economistas, bancos de inversión y medios de comunicación alimentaron un gran temor: el fuerte aumento de los riesgos de una recesión. Vendría el lobo. La concentración de noticias y titulares al respecto era sobrecogedora. Las hemerotecas están llenas. La corriente del momento era muy fuerte: todo conducía hacia una recesión.
En este contexto, como en cualquier otro que pueda parecer crítico, el inversor debía analizar la situación. Por un lado, podría dejarse arrastrar por la masa, lo que suele ser siempre muy cómodo. Por otro, podría tener un pensamiento autónomo. No tenía ningún sentido que sucediera una nueva crisis justo después de otra, la de la covid. Era del todo ilógico. Aunque no hay un intervalo temporal exacto, las crisis económicas necesitan que sucedan una serie de hechos y dinámicas entre crisis y crisis. Todo ello suele necesitar alrededor de una década. ¿Una recesión en el año 2020, por la covid, y otra económica, solo dos años más tarde, en 2022? Si al menos hubiéramos estado en 2030... Había, además, el precedente de que después de la última pandemia, la de 1918, se había desatado el consumo.
Son muchos los inversores a los que les cuesta abstraerse de la opinión general, a pesar de ser conocedores de que hay muchos más descensos bursátiles temporales que crisis económicas reales. Ante las noticias y el espantajo general, muchos inversores buscan protección. ¿Cómo? Hay diversas maneras de hacerlo, desde no comprar pudiendo hacerlo, hasta vender acciones o traspasar dinero de fondos de inversión de renta variable hacia fondos de inversión más conservadores, como los del mercado monetario.
El resultado de esta estrategia de protección hacia la hipotética recesión que venía fue nefasto. En los tres años y medio que han transcurrido desde junio de 2022 hasta ahora las bolsas han tenido fuertes subidas. El Ibex-35 ha subido un 144,2% (con dividendos incluidos); el índice japonés Nikkei-225, un 98,7%, con la misma métrica; el S&P500 norteamericano un 88,3%; el Eurostoxx-50 un 84,8%; el MSCI World Index un 84,3%, y el MSCI Emerging Markets Index un +50,3%. Todo ello en su propia divisa de cálculo.
Si lo miramos desde la óptica de un inversor de aquí, y lo convertimos todo a euros, las subidas son más moderadas pero igualmente muy intensas. En euros, y por orden, el Ibex-35 ha subido un 144,2% con dividendos incluidos como ya hemos visto, el Eurostoxx-50 un 84,8%, el S&P500 un 68,4%, el MSCI World Index un 64,8%, el índice japonés Nikkei-225, un 54,9%, y el MSCI Emerging Markets Index un +34,4%.
La teoría del 'full invested' sostiene que dada la tendencia innata a subir de la bolsa, fruto del crecimiento económico existente a largo plazo, es necesario estar siempre invertido para maximizar el capital final
En fin, subidas demasiado fuertes para no ser aprovechadas. Ciertamente, dejarse arrastrar por la masa puede ser tan liberador como extremadamente caro. La teoría del full invested, según la cual se debe estar siempre invertido, se basa justamente en esto. Dado que las bolsas tienen aquello que se denomina “esperanza matemática positiva”, es decir, que tienen una tendencia innata a subir, fruto del crecimiento económico existente a largo plazo, es necesario estar siempre invertido para maximizar el capital final. Se conoce la rentabilidad anualizada que proporcionan las bolsas, alrededor de un 10%, fruto de su estrecha relación con los beneficios empresariales. La rentabilidad, en cambio, de un inversor que entra y sale del mercado es del todo desconocida, dependiendo de sus tiempos
Peter Lynch, el conocido gestor del fondo Fidelity Magellan entre 1977 y 1990, que fue el fondo de inversión más rentable del mundo en su época, es reconocido, aparte de por sus buenos resultados obtenidos, por su espíritu práctico, lógico y contrario a dejarse llevar por el “pánico del mercado”. El caso es que el inversor medio que invirtió en su fondo, el Magellan, perdió dinero. ¿Cómo se puede perder dinero invirtiendo en el fondo más rentable? Pues comprando en momentos de euforia, después de subidas, y vendiendo en correcciones del mercado. La mala conducta del inversor puede más que la excelencia del producto. Una frase célebre suya es que “se ha perdido mucho más dinero intentando anticipar correcciones que en las correcciones en sí mismas”
Lynch defendía que “se han perdido muchos más dinero intentando anticipar correcciones que en las correcciones en sí mismas”
En Inglaterra, y en otros países europeos, hay un cuento famoso, una fábula popular, la del Chicken Little. Se trata de un pollito que está en el campo cuando una bellota le cae en la cabeza. Se asusta y cree que el cielo se está derrumbando. Sin verificar nada, corre a avisar al rey, y por el camino convence a otros animales de que lo sigan. Todos entran en pánico, convencidos de que se acerca una gran catástrofe. En algunas versiones del cuento un zorro aprovecha el caos para engañarlos y comérselos. El mensaje es claro: no hay que dejarse llevar nunca por el miedo, ni tampoco creer todo lo que se dice sin comprobarlo.
Algún año vendrá una recesión económica, por supuesto, y mucho antes, con toda seguridad, habrá correcciones bursátiles temporales. Lo realmente importante no es tanto lo que acabe sucediendo, como nuestra reacción ante lo que pase en cada momento.