Kabul y el fin de la historia

Francis Fukuyama se equivocó: la caída del muro de Berlín no era el fin de la historia, solo era el principio

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Kabul ha vuelto a la Edad Media. Qué equivocado estaba Francis Fukuyama, politólogo norteamericano, autor del libro El fin de la historia (1992) que proclamó que, después de la caída del muro de Berlín, el mundo entraría en un largo proceso de estabilidad y convergencia hacia un modelo social y económico único, caracterizado por el capitalismo y la democracia liberal. Todas las naciones del mundo, una a una, irían asimilando este sistema, en un largo y tranquilo proceso que marcaría el fin de la historia tal como la habíamos conocido hasta entonces.

En efecto, una etapa histórica se cerraba en 1989, con el colapso de la Unión Soviética. El siglo XX, iniciado con la Primera Guerra Mundial y seguido con la Segunda Guerra Mundial, la Guerra Fría y los conflictos periféricos como los de Corea o Vietnam, acababa con la victoria de un sistema de organización social y económica hegemónico, considerado imbatible, de molde norteamericano. Los totalitarismos del siglo XX habían sido derrotados uno tras otro: imperialismo, fascismo, nazismo y comunismo soviético, sucesivamente. Un nuevo orden, resultado del final de un larguísimo proceso histórico iniciado en Europa durante el Renacimiento, y seguido con la Ilustración y la Revolución Francesa, desembocaba con la creación de un campeón global único, los Estados Unidos de América, que tenía que arrastrar al mundo hacia su modelo de prosperidad y crecimiento. Un modelo basando en la racionalidad científica, la innovación tecnológica, la libertad económica y la democracia política.

Fukuyama no acertó. La "pax americana" duró poco más de 10 años. Los años 90 fueron años de estabilidad relativa y de extensión del paradigma liberal. Pero la entrada al nuevo siglo XXI, que Fukuyama vaticinó de lenta convergencia hacia un gran mundo de prosperidad y democracia, no pudo ser más turbulenta. En el año 2000, estallan los mercados financieros internacionales, sobrecalentados por una tecnología emergente: internet. El capitalismo tecno-financiero daba las primeras señales de seria inestabilidad al amanecer del nuevo siglo. El Nasdaq, índice tecnológico de Nueva York, tardaría 15 años en recuperar su valor.

Qué equivocado estaba Francis Fukuyama, autor del libro 'El fin de la historia', cuando proclamó que, después de la caída del muro de Berlín, el mundo entraría en un largo proceso de estabilidad y convergencia

Mientras el mundo se rehacía de esta primera sacudida, otro acontecimiento trágico nos conmocionaría: el 11 de septiembre de 2001, terroristas suicidas secuestraban simultáneamente cuatro aviones comerciales. Dos de ellos se estrellarían contra las Torres Gemelas en Manhattan. Era el fin del fin de la historia. El mundo entraba decididamente en una nueva etapa de inestabilidad, que resultaría casi espasmódica. Una ingente corriente contracultural, acultural o simplemente fundamentalista religiosa se estaba condensando en el vientre del mundo, desde Pakistán hasta Nigeria: el extremismo islámico antioccidental, aglutinado a través de organizaciones como Al-Qaeda o Estado Islámico. La democracia liberal, un sistema considerado ética, política, social y económicamente superior empezaba a tambalear en el sotovientre del planeta. El mundo, de repente, se volvía extremadamente inseguro. El terrorismo internacional había dado pruebas de una capacidad de innovación letal.

La respuesta norteamericana no pudo ser más ineficiente: 20 años de intervenciones directas en Oriente Medio y el Caucas, un magma de relaciones tribales y religiosas superpuestas a intereses geopolíticos y económicos. Un puzzle imposible de entender a ojos occidentales. Mientras EE.UU. y sus aliados intentaban imponer su modelo en el vientre del mundo, y países como Irak o Siria se desangraban, los grandes centros financieros del planeta volvían a estallar en 2008, con una nueva crisis financiera sin precedentes. ¿Pero no teníamos que entrar en una fase de estabilidad definitiva?

Desde la salida de la anterior crisis financiera, tres factores han contribuido a la desestabilización gobal: el rápido cambio tecnológico, la consolidación de China como superpotencia global y la irrupción de la covid-19

El mundo estuvo a pocos días de la bancarrota y el colapso global por el efecto de una monstruosa burbuja de deuda y de activos financieros artificiales creados por mercados de capitales desbocados. El capitalismo mostraba otro fallo sistémico: se había pasado de frenada. La desregulación desbocada generaba más inestabilidad global. En este caso, con una importante derivada: millones de damnificados entre las clases medias abocadas a la pobreza. En 2008, murió nuestra percepción de prosperidad. Y, cuando las clases medias (gran factor de estabilidad de las sociedades democráticas) se precarizan, resurge el fantasma del populismo. Desde 2008, las democracias occidentales se han visto invadidas de movimientos reaccionarios, populistas y neofascistas. Los huevos de la serpiente se vuelven a incubar dentro del sistema.

Las claves de la desestabilización

Pero desde la salida de la anterior crisis financiera, todavía tres factores más han contribuido a la desestabilización global. El primero es el rápido cambio tecnológico, con la emergencia de tecnologías disruptivas como la inteligencia artificial y la amenaza de la automatización extendida, que exacerba la precarización de la economía. Por todas partes se percibe la inseguridad general en el trabajo derivada de la posibilidad cierta de que sectores enteros se desvanezcan de la noche a la mañana y sean reemplazados por nuevas industrias y nuevos modelos de negocio basados en tecnología. La disrupción tecnológica nos puede llevar a futuros distópicos. Los ciudadanos de las democracias occidentales temen que sus hijos vivan peor que ellos. Se ha averiado el ascensor social. Más precariedad, más insatisfacción y más populismo.

El segundo factor es la consolidación de China como superpotencia global. Ahora sí, un sistema poderoso se levanta inesperadamente, de la nada, y reta a la supremacía norteamericana. Un sistema capaz de planificar a largo plazo. La Unión Soviética cayó por la ineficiencia de un sistema económico basado en la planificación central, muy inferior en su capacidad de organización y distribución de bienes al sistema alternativo de capitalismo de mercado. Ahora, China puede planificar de forma extremadamente eficiente, con apoyo de una arquitectura de datos y de una potencia algorítmica sin precedentes. A diferencia de la URSS, China ha puesto la tecnología al servicio de su sistema económico (y el sistema económico al servicio de la supremacía tecnológica). Por primera vez, una autocracia es capaz de sacar a más gente de la pobreza que todas las democracias occidentales desde la Segunda Guerra Mundial. China va encaminada a ser la gran potencia científica, tecnológica e industrial del planeta en pocos años, haciendo empalidecer a Estados Unidos.

Europa ha sido un continente perezoso; ahora, solo unos Estados Unidos de Europa estarían en condiciones de sobrevivir y prosperar en este 'reset' general de la historia

El tercer factor, la irrupción de la covid-19. Si con los ataques de las Torres Gemelas perdimos la seguridad y con la crisis financiera de 2008, la prosperidad, ahora, perdemos la salud. Nos damos cuenta de que somos tan vulnerables como los habitantes del Paleolítico ante una mutación genética. Y la covid-19 ha sido una gran máquina del tiempo: ha acelerado el cambio tecnológico y la digitalización una década. Pero nos ha hecho volver a un nuevo escenario de Guerra Fría entre dos superpotencias: China y EE.UU..

¿Y nosotros? Europa ha pasado en pocos años de ser un follower, un actor secundario del panorama internacional, un oasis que se beneficiaba del sistema de democracias y capitalismo de mercado sin asumir los riesgos del liderazgo norteamericano, a ser un espectador atónito del hundimiento del orden global, sin encontrar su nuevo lugar en el mundo. Europa ha sido un continente perezoso. Ahora es el momento de los grandes liderazgos, de la refundación. Solo unos Estados Unidos de Europa estarían, probablemente, en condiciones de sobrevivir y prosperar en este reset general de la historia que estamos sufriendo.

Hoy, Kabul vuelve a la Edad Media. Fukuyama se equivocó. No era el fin de la historia. Era solo el principio.

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