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Las mil cosas que se pueden hacer a distancia

Las mil maneras de relacionarse virtualmente tienen implicaciones amplias y diversas, algunas de las cuales no podemos aún vislumbrar

    Un grupo de personas se comunica por teléfono móvil | iStock
    Un grupo de personas se comunica por teléfono móvil | iStock
    Josep-Francesc Valls es uno de los grandes expertos en la clase media | Marc Llibre
    Profesor y periodista
    17 de Junio de 2025

    Hay un montón de funciones humanas que hace 10 años sólo se podían realizar presencialmente y ahora tienen enormes posibilidades de desarrollarse dentro de otra dimensión. Encerrado en casa o en lo alto de una montaña, programándolas o tecleando espontáneamente, las personas nos adentramos en un mundo desconocido que cambia radicalmente la existencia. ¿Chocar la mano virtual puede llegar a provocar la misma sensación que un buen apretón? ¿Hablar con el psiquiatra a través de Zoom, parecido a ir a su despacho y tumbarse en el diván? ¿Mantener relaciones permanentes con la pareja a distancia, igual que el roce de cada día? ¿Pedir unos datos a la IA, idéntico que confirmarlas consultando y contrastándolas?

     

    La deslocalización de la presencia

    Luciano Floridi, en su libro The Fourth Revolution: How the Infosphere is Reshaping Human Reality (Oxford University Press, 2014), desarrolla el concepto de “infosfera” en contraposición a biosfera. Este nuevo entorno vital al que se refiere el filósofo italiano, profesor de Oxford, supera los márgenes de la era industrial para adentrarse en un nuevo entorno ontológico en el que las vidas de los humanos se integran profundamente con la información digital, superan el mundo tangible y se convierten en cuerpos híbridos -físicos y digitales a la vez-. A partir de esta concepción de la vida, la presencia se hace difusa, se abre una nueva dimensión, las personas adquieren identidades múltiples.

    A estas teorías de Floridi se deben sumar la de la Modernidad líquida de Zygmunt Bauman (FCE, 2003), que describe la pérdida de raíces físicas y relaja los vínculos personales; la del capitalismo de vigilancia que analiza la virtualidad de las actividades humanas, de Shoshana Zuboff (La era del capitalismo de la vigilancia, Paidós, 2020); las aportaciones de numerosos autores sobre el teletrabajo o al trabajo descentralizado, como Thomas Friedman (La Tierra es plana, Planeta, 2006); la segunda ola de la deslocalización de Richard Baldwin (The Globotics Upheaval: Globalization, Robotics, and the Future of Work, Oxford Economic Press, 2019); o la insistencia de Yuval NoahHarari al referirse a la IA como elemento transformador de la naturaleza de la presencia (Nexus, Penguin Random House, 2024). Todas ellas conducen a la deslocalización de la presencia. No ha muerto, pero aparece una alternativa, una opción, un sustituto.

     

    En posición estática o dinámica se pueden realizar videollamadas; trabajar en remoto y desarrollar reuniones de trabajo; crear empresas en la nube; producir educación a distancia, consultoría, entrenamiento, mentoría o uso de los simuladores inmersivos; atender al cliente; consultar al médico y que te haga un telediagnóstico o una intervención quirúrgica; dirigir una empresa o un proyecto a través de aplicaciones de gestión y automatización de los procesos; jugar a distancia con un desconocido, controlar en remoto los robots, los drones, desatar un ataque que causa masacres; asistir a conciertos virtuales u otros actos culturales, encuentros en el metaverso o viajes turísticos; comprar a través del clic, pagar electrónicamente o dejarse aconsejar por un asistente personal o por un sensor; votar electrónicamente o responder a cualquier consulta pública; movilizar a través de la red hacia acciones humanitarias o hacia mentiras o fábulas.

    E incluso, mantener relaciones afectivas y sexuales en la distancia a través de videollamadas, chats, avatares o bots que interactúan emocionalmente y crean las condiciones para el encuentro; el hecho es que el fenómeno de las parejas a distancia crece enormemente, tanto de forma puntual como estructural; la sexualidad digital está tomando el lugar a sex-shops tradicionales.

    Las implicaciones

    Imaginemos cualquier cosa de las que no se ha citado aquí: seguro que se puede desarrollar tranquilamente en el otro lado, con mayor o menor perfeccionamiento, aspecto que se corregirán sin duda en los años venideros.

    Dos niños juegan con sus dispositivos móviles | iStock
    Dos niños juegan con sus dispositivos móviles | iStock

    Las mil maneras de relacionarse virtualmente tienen implicaciones amplias y diversas, algunas de las cuales no podemos aún vislumbrar. De orden económico, por qué: se traspasa a global el mercado laboral; se transforma el espacio físico de vivienda la oficina, de las calles, del transporte, del esparcimiento y del ocio; aumenta la oferta de comercio electrónico y de las nuevas tecnologías; muchos servicios se deslocalizan del centro de las poblaciones donde han estado ubicados desde la revolución industrial; desaparecen sectores enteros y muchos otros tienen que cambiar radicalmente, como ahora el turismo, el transporte, los bares, los restaurantes, los hoteles, las tiendas, los auditorios... Quedan atrás muchas estructuras de estabilidad y se abren otras confusas y recónditas.

    De orden social, por qué: evoluciona la forma de vivir y de relacionarse en los centros frecuentados en las poblaciones, abandonando viejos hábitos de convivencia; se deterioran las habilidades sociales tradicionales y aparecen otras que aún no tienen configuración; aumenta la brecha digital y las desigualdades entre los que tienen fácil acceso a las máquinas y los que no.

    Efectivamente, vivimos un momento de trastorno, de cambio radical. Desasosiego, sí; miedo, no, por profundizar en la dualidad

    De orden psicológico, por qué: refuerza las actitudes hacia la soledad, la ansiedad, la tecnodependencia, la despersonalización, la hiperactividad y el sobredimensionamiento horario, la pérdida del sentido de comunidad y de pertenencia al grupo, al sindicato, al club, a la peña...; tiende a desatar procesos de burn-out, fatiga digital, depresión, la enfermedad contemporánea.

    Y de orden ético, por qué: la extensión de la sociedad virtual, de no ser controlada, camina hacia el control digital de todas las actividades humanas.

    Efectivamente, vivimos un momento de trastorno, de cambio radical. Desasosiego, sí; miedo, no, por profundizar en la dualidad, siempre que no abandonemos aquellos aspectos del bienestar que provoca estar in situ y seamos capaces de aprovechar aquellos otros de la deslocalización de la presencia que los complementan y expanden.