La reciente y sorprendente crisis de la peste porcina africana (PPA) ha evidenciado las fragilidades del sector agroalimentario. El hecho de que una enfermedad de unos animales salvajes, que no es contagiosa para los humanos, que no ha afectado a ningún animal de granja, sea capaz de provocar una amplia reacción restrictiva de importaciones de los países compradores, con la consiguiente caída de precios y con implicaciones directas en el marco laboral de la industria cárnica, la primera industria del país. Solo el temor a una enfermedad del cerdo, que no tiene nada que ver con la salud humana, trastoca las expectativas económicas de un sector. Cabe decir, sin embargo, que la respuesta de la administración pública ha sido rápida, contundente y eficaz. Hay que desear que haya sido suficiente para detener la propagación del virus.
Pero no ha sido solamente la PPA. En los últimos años, desde diferentes vectores, el sector agroalimentario está sufriendo múltiples impactos desestabilizadores y destructivos. La coincidencia en el tiempo de estas dificultades desborda en buena parte la capacidad de resistencia, poniendo en serio riesgo la continuidad de las empresas agrarias, sobre todo las de menor dimensión.
Desde el vector de la salud animal ha coincidido, además de la PPA, la enfermedad de la dermatosis nodular en bovino, la gripe aviar y una plaga descontrolada de conejos, corzos y jabalíes que dificultan seriamente la actividad agraria. Todo ello afecta a los mercados alimentarios, los cuales transforman los desajustes oferta-demanda en precios que enloquecen. El precio de los huevos sería un ejemplo muy claro.
Todo esto afecta a los mercados alimentarios, los cuales transforman los desajustes oferta-demanda en precios que enloquecen. El precio de los huevos sería un ejemplo muy claro
Desde el vector cambio climático, todavía está presente la gran sequía que vivimos hasta el año pasado, premonitoria de la siguiente, que puede ser peor. La meteorología es especialmente generosa en fenómenos extremos, más frecuentes y más violentos, con serios impactos económicos y sociales. Las plantas están modificando su comportamiento con cambios que exigen procesos de adaptación que suelen producir pérdidas en la producción. De hecho, el cambio climático acaba siendo el gran disruptor de los mercados alimentarios: los ejemplos los tenemos en el aceite, el azúcar, el cacao, el café y muchos otros productos. Incluso, las disrupciones en los precios del trigo ha sido la chispa de guerras y migraciones.
Las consecuencias del cambio climático, las plagas y las enfermedades y el conjunto de desequilibrios medioambientales reclaman acciones de mitigación y adaptación. En este sentido, el avance de la ciencia y las tecnologías asociadas ofrecen cada vez nuevas herramientas. Hoy, las nuevas tecnologías son los mejores aliados para un sistema agroalimentario sostenible.
Sin embargo, algunas actuaciones transformadoras dependen básicamente de la claridad de los objetivos y de la voluntad de los actores implicados. Y es en este aspecto donde radican buena parte de las dificultades. Catalunya se ha convertido en el país del no a las soluciones. En el horizonte del futuro inmediato hay unas urgencias transformadoras imprescindibles para alcanzar los retos exigidos de sostenibilidad, pero estas chocan con posiciones defensivas de la población en general, predominantemente urbana, pero también desde el mismo sector agroalimentario. Unas transformaciones que el sector agroalimentario precisa con inmediatez y criticidad.
El cambio climático acaba siendo el gran disruptor de los mercados alimentarios: los ejemplos los tenemos en el aceite, el azúcar, el cacao, el café y muchos otros productos
En algunos casos, algunas organizaciones o grupos de agricultores están optando por posiciones que podrían parecer luditas. Los luditas quemaban máquinas para frenar el progreso que ponía en riesgo su puesto de trabajo, pero las máquinas llegaron. Las posiciones inmovilistas frente a los avances de cada momento acaban retrasando su aplicación, pero los cambios acaban imponiéndose, relegando a quienes no han adoptado las transformaciones. Aun así, para que las posiciones contrarias al avance tecnológico y medioambiental puedan prosperar es necesaria la existencia de gobiernos débiles que estén más preocupados por las próximas elecciones que por los intereses clave del país.
Catalunya tiene urgencias en temas clave. Necesitamos impulsar la bioeconomía circular para transformar los residuos orgánicos en nuevos productos. En este sentido, necesitamos las plantas de biogás. Necesitamos una nueva gestión forestal que dé vida al territorio. Necesitamos el regadío moderno y digitalizado hacia la agricultura de precisión. Frente a todas ellas tenemos el rechazo desde diferentes posiciones.
Por un lado, está la muy extendida opción NIMBY (Not In My Back Yard), es decir, "no en mi patio trasero". A veces las posiciones defensivas se basan en argumentos solventes, tales como malos olores, ruidos, etc., argumentos que normalmente son mejorables. Pero en muchos casos, las posiciones NIMBY son simplemente manifestaciones insolidarias. Pondré un ejemplo. Yo soy de Súria, donde hay una mina de potasa importante, la cual a menudo recibe críticas sobre su misma existencia. Todos los que formulan estas críticas tienen un móvil. Según la Environmental Protection Agency, en un móvil hay los siguientes productos minerales -además de plásticos diversos provenientes de minas de petróleo-: bromo, vidrio, mercurio, níquel, litio, cobalto, cadmio, zinc, cobre, oro, resinas epoxi, plomo, berilio, arsénico, paladio, plata, tántalo, antimonio y cristal líquido. Veinte minerales diferentes que provienen de minas de todo el mundo. Necesitamos las minas para nuestros móviles, pero mejor que estén en África, no en mi casa.
Para que las posiciones contrarias al avance tecnológico y medioambiental puedan prosperar es necesaria la existencia de gobiernos débiles que estén más preocupados por las próximas elecciones que por los intereses clave del país
Pero en muchos casos se utilizan argumentos de carácter ambiental. Siempre hay un pájaro, una ballena o un alga que está en supuesto grave peligro de extinción y que puede poner en riesgo la transformación que se pretende. El ejemplo más emblemático de esto es el Segarra-Garrigues. Una infraestructura gigantesca, imprescindible para el abastecimiento alimentario del país, que con exagerados o falsos argumentos los catalanes hemos conseguido llevar a la cuasi inviabilidad económica. Una serie de exigencias medioambientales formuladas con la intención de impedir esta infraestructura consiguieron buena parte de este objetivo. Se afectaron con ZEPA (Zonas de Especial Protección de las Aves) las mejores, más planas y más bajas tierras, sin que hiciera falta, se mintió o exageró desmesuradamente sobre algunas afectaciones medioambientales.
Uno de los ejemplos más paradigmáticos es el caso de la alcaudón chico (Lanius minor). En el estudio de impacto ambiental se explica que este pájaro está en situación crítica, próximo a la extinción, y se informa que en Catalunya había cinco, de los cuales en el área Segarra-Garrigues solo uno y en el resto de España, ninguno. Sería obvia la situación crítica de este pájaro si no fuera que realmente no es un pájaro de aquí. Es un pájaro con una ruta de migración singular desde el este de Europa, donde hay cientos de miles, sin ningún riesgo de extinción. Pero este pájaro formó parte de los argumentos para destruir una infraestructura imprescindible.
Ha habido una evolución hacia el purismo y el perfeccionismo medioambiental desde organizaciones definidas como ecologistas y desde algunos entornos científicos. Se actúa como propietarios de la verdad. No hace mucho, una investigadora del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) afirmaba que se debía eliminar la ganadería intensiva y se debía volver a los secanos. En la misma línea, una experta del Centro de Investigación Ecológica y Aplicaciones Forestales (CREAF) en un debate sobre el agua en el que participé, abogaba por prescindir de los pantanos. Le contesté que si ahora Catalunya tiene ocho millones de habitantes, con sus propuestas sobrarían más de siete millones y medio. Estas afirmaciones se hacen desde la mayor de las irresponsabilidades y desde posiciones severamente dogmáticas.
El ecodogmatismo, con la connivencia de los sucesivos gobiernos catalanes, está ganando todas las batallas
Sin embargo, el ecodogmatismo, con la connivencia de los sucesivos gobiernos catalanes, está ganando todas las batallas, lo que desconcierta a los reales operadores de nuestro bienestar alimentario y medioambiental. Centrándonos en la agricultura, al payés le cuesta entender que no pueda actuar eficazmente contra la plaga de conejos o de jabalíes, le cuesta entender que ante la crisis de la PPA se diga que se debe pedir a Bruselas permiso para reducir la población de jabalíes. Y, sobre todo, le cuesta entender la guerra ideológica contra el agua, imprescindible para alimentarnos y sobrevivir. De hecho, la proclamada intocabilidad de la naturaleza y de los bosques es la mejor manera para su destrucción en los próximos incendios.
Hay un dicho muy conocido que dice que lo mejor es enemigo de lo perfecto. Esto es sabiduría popular que convendría tener en cuenta. El objetivo de la sostenibilidad es un proceso que debe contemplarse desde su complejidad. Es decir, si nos referimos al sistema agroalimentario, hay que repetir tantas veces como haga falta que este debe ser ecoresponsable; pero también debe atender toda la demanda, es decir, debe producir en suficiencia; debe ser también asequible, los precios de los alimentos deben permitir obtener la alimentación de toda la población; debe ser saludable, y, sin duda, debe ser económicamente y socialmente viable, aportando una vida digna a todos sus operadores. La dificultad para dar la mejor respuesta posible a esta complejidad nos exige una visión más flexible, realista y equilibrada.
La dificultad para dar la mejor respuesta posible a esta complejidad nos exige una visión más flexible, realista y equilibrada
En el mundo de la agricultura hay cansancio y los tractores están volviendo a la carretera este diciembre. Las ZEPA ideologizadas y exageradas son vistas como un arma de destrucción territorial. Los agricultores se oponen a incoherencias como la transformación de un parque agrario (del Baix Llobregat) que tiene por misión potenciar la agricultura, convirtiéndolo, de hecho, en una zona ecoprotegida que, precisamente, lo que hace es impedir la actividad agraria. Asimismo, los excesos burocráticos agotan sus energías e ilusiones. Recientemente, Lluís Foix escribía que “el equilibrio territorial es imprescindible para conservar el bienestar y el progreso de un país”, pero que para conseguirlo hacen falta “menos reglamentos prescindibles, menos funcionarios vigilantes y más productividad. Este planteamiento es compatible con las políticas medioambientales más eficaces y menos ideologizadas”.
El gobierno y, en general, la administración pública debe estar atento a este clamor y debe poner freno a exageraciones que sobrepasan los límites entre protección y producción, entre protección y gestión del territorio. Aquí hay que afinar la puntería, ya que el riesgo de dar serios pasos atrás es muy alto. Las opciones populistas de extrema derecha ofrecen facilidades a corto plazo obviando las consecuencias negativas a largo plazo; sin embargo, externalizar los costes medioambientales puede ofrecer la apariencia de buenos resultados a corto plazo. De ahí el atractivo por lo inmediato.
Los agricultores son los grandes perjudicados del cambio climático, y es por eso que propuestas mágicas que regalen facilidades pueden tener muchos seguidores: lo que es fácil siempre atrae más que las opciones más responsables. Se necesita una buena información que explique bien la necesidad de defenderse del cambio climático y sostener los equilibrios medioambientales, aunque esto suponga algunos costes a compartir entre todos. Pero, hoy, las políticas agroalimentarias en Catalunya caminan entre la presión del ecodogmatismo y la perversión interesada de la realidad tal como predica la extrema derecha. Por esta razón es tan importante que las políticas de progreso marquen claramente el camino realista y operativo de futuro, poniendo los límites a opciones ideologizadas de un lado y de otro.