• Economía
  • ¿Rebote analógico en plena era digital?

¿Rebote analógico en plena era digital?

Cinco años después de la pandemia, la sociedad recupera la sociabilidad, la identidad, una cierta autonomía ante las máquinas y un ritmo más pausado

Los artesanos viven su época dorada; se revaloriza su talento y sus manos | Europa Press
Los artesanos viven su época dorada; se revaloriza su talento y sus manos | Europa Press
Josep-Francesc Valls es uno de los grandes expertos en la clase media | Marc Llibre
Profesor y periodista
Barcelona
18 de Noviembre de 2025 - 04:55

20 años después de desarrollar la era digital, hay reflujos. No se trata solo de tecnológicos -que los hay muchos y profundos-, sino también vitales: estilos de vida que vuelven con fuerza. Progresa el algoritmo, profundizan la IA y el clickbait hasta extremos que aún no intuimos; los impactos se multiplican a velocidad de vértigo; todo se vuelve más lateral; compramos y compramos en una fase de sobreconsumo que parece no tener freno porque la sobreproducción se consolida. Mientras todos estos grandes cambios se instalan definitivamente en el centro de la sociedad absorbiendo la vida cotidiana, emergen prácticas ancestrales que los boomers o la generación silenciosa ya casi habían olvidado. Incluso Rosalía se ha apuntado a la música clásica y al desayuno de sexo, mientras Bélgica y Alemania reimplantan el servicio militar a dos mil euros netos por cabeza, y Netflix, símbolo de la virtualidad, abre un parque temático como el de Disney. No es un paso atrás hacia lo analógico, pero sí un freno ante la euforia digital. La realidad se vuelve circular.

 

Más gente en las conferencias presenciales

Tras un par de décadas de aceleración del idilio solitario con el ordenador, la tableta y el móvil -con la impronta de la pandemia-, se recupera la presencialidad en las conferencias, en las actividades culturales, en muchos trabajos, en las tiendas a pie de calle. Los editores confirman que se leen muchos más libros en formato papel. Se relanza el deporte a todas las edades, la actividad viajera en formato slow tourism, la vida al aire libre y se cultivan cada vez más huertos urbanos.

Después de un par de décadas de aceleración del idilio solitario con el ordenador, la tableta y el móvil, se recupera la presencialidad en las conferencias, en las actividades culturales, en muchos trabajos, en las tiendas a pie de calle

Profesiones que habían quedado arrinconadas experimentan una segunda juventud: los zapateros, las abuelas costureras, las tiendas de ropa de segunda mano y las plataformas de reciclaje de productos viven una nueva primavera. Los panaderos que elaboran pan artesano y otros profesionales que utilizan viejas recetas y productos de proximidad están de suerte, al igual que los carpinteros, los toneleros, los agricultores. Los artesanos viven su época dorada -se revaloriza su talento y sus manos-. Y mal que bien, la ecología avanza. El reguetón mantiene la hegemonía en los Grammy, pero las cadenas musicales se abren a toda la diversidad de estilos. Decrece la obsesión de comer fuera de casa y las cocinas, contra los augurios que las daban por muertas, acumulan más utensilios que nunca reivindicándose como talleres de innovación y de convivencia familiar.

 

Nuevo centro de gravedad

En medio de esta revolución digital que penetra hasta la médula, el péndulo social busca un nuevo centro de gravedad. Se mantiene la decisión colectiva de avanzar y profundizar en las nuevas tecnologías, pero al mismo tiempo perdura la resistencia a abandonar todo aquello que agrada, y que aún es útil y provechoso. No es nostalgia. No es miedo al futuro. Probablemente es resultado de una reflexión más madura sobre las consecuencias de la aceleración actual: el estrés digital, el aumento de las enfermedades mentales, la pérdida de sentido de la realidad, el deterioro de las relaciones sociales, el desbarajuste medioambiental, la disolución de la identidad.

Las grandes tecnológicas revisan la euforia del milenio con despidos masivos de trabajadores -Amazon, Google, Meta, Microsoft, Intel...-, señal de que el ritmo de aplicación del algoritmo, la IA y el clickbait, no era el que habían previsto

La resistencia al cambio tecnológico persiste por diversas razones. En las empresas, los costes de implantación son elevados y arriesgados, los cambios culturales son lentos y es difícil encontrar el talento necesario. En los particulares, la falta de preparación, el miedo a perder el trabajo o la autonomía ante las máquinas tienen mucho que ver. Todo esto convive con un escenario lleno de efectos perversos: el descontrol del algoritmo, la fragilidad de la privacidad, la proliferación de la desinformación y las noticias falsas (fake news), la publicidad invasiva, las sobrecargas de estímulos, los errores de sistema —provocados o inherentes—, las dificultades de seguridad y un estado permanente de competición

Cinco años después de la pandemia, aquel último gran sacudón, la sociedad recupera la sociabilidad, la identidad, una cierta autonomía frente a las máquinas, un ritmo más pausado y un cierto reequilibrio. No renuncia al progreso -sería absurdo-, pero toma impulso para redirigirlo. No es la magdalena de Proust el deseo supremo en la búsqueda del tiempo perdido, pero parece que se decide a protagonizar el tiempo presente.