Los premios Nobel de este año han reconocido el trabajo de tres economistas que llevan décadas ayudándonos a entender de dónde sale el crecimiento económico: Joel Mokyr, Phillippe Aghion y Peter Howitt. Sus nombres quizás no sean populares, pero los conceptos por los que han sido premiados (el progreso tecnológico y la destrucción creativa) sí forman parte del vocabulario habitual de cualquier persona que haya leído mínimamente sobre economía.
Para ser rigurosos, Mokyr recibe “la mitad del premio” por haber identificado los requisitos institucionales, culturales y científicos que hacen posible un progreso tecnológico sostenido. Aghion y Howitt comparten la otra mitad por haber formalizado, sobre bases microeconómicas, la teoría de la destrucción creativa: el mecanismo por el cual la innovación sustituye, destruye y al mismo tiempo impulsa nuevas oleadas de productividad.
Si ampliamos un poco la perspectiva, resulta evidente la coherencia de la Real Academia Sueca de las Ciencias. En 2024, el Nobel reconoció a tres economistas por explicar cómo la calidad de las instituciones determina la prosperidad de las naciones. En 2025, premia el mecanismo que convierte la innovación en crecimiento. El mensaje de fondo es clarísimo: el progreso económico florece allí donde las instituciones son sólidas, la competencia es abierta y los incentivos a innovar están bien diseñados.
Aghion y Howitt no utilizan una metáfora bonita cuando sintetizan sus hallazgos en el binomio “destrucción creativa”: describen lo que ha ocurrido cada vez que una nueva tecnología ha roto el orden establecido. La máquina de escribir es un ejemplo clásico. Durante décadas, Remington y Olivetti dominaron un mercado estable, optimizado hasta el último tornillo. Pero la irrupción y difusión masiva de los ordenadores personales y el procesador de textos hicieron obsoleta toda aquella infraestructura en pocos años (meses). No fue una mejora incremental; fue un cambio de paradigma.
El mensaje de fondo es clarísimo: el progreso económico florece allí donde las instituciones son sólidas, la competencia es abierta y los incentivos a innovar están bien diseñados
En economía hay muchos más. El caso de Kodak, pionera en fotografía digital pero incapaz de romper su propio modelo basado en la fotografía química, se ha convertido en un manual de cabecera para explicar los riesgos de los incumbents (empresa ya establecida, dominante en su sector y con posición consolidada). Y más recientemente, la irrupción de los vehículos eléctricos, con Tesla como nuevo estándar de la industria, ha obligado a todos los fabricantes tradicionales a reconfigurar a contracorriente sus cadenas de producción.
Estas historias no son anécdotas; son la prueba empírica de lo que el Nobel ha premiado. El mercado siempre acaba girando. Y cuando gira, lo hace más rápidamente que la capacidad de reacción de los líderes establecidos. Si no hay incentivos para cambiar, la “destrucción” acaba pesando más que la “creación”.
Aquí es donde el Nobel de 2024 y el de 2025 dialogan. La destrucción creativa puede generar crecimiento neto… o puede convertirse en destrucción a secas. Depende del marco institucional: de la calidad de las políticas públicas, de los incentivos a la innovación, del grado de apertura de los mercados y de la capacidad de transferir conocimiento entre ciencia y empresa.

Cuando las instituciones son sólidas, la innovación arraiga, los nuevos entrantes encuentran espacio y los incumbents tienen incentivos para reinventarse. Cuando las instituciones son débiles, el país pierde talento, capital y productividad. El resultado es inevitable y conocido: decadencia competitiva y pérdida de peso internacional.
Todo esto es especialmente relevante para Europa. Llevamos años arrastrando una brecha de productividad persistente respecto a Estados Unidos y otras regiones del mundo. El problema no es solo de dimensión de mercado: es de capacidad de innovación y, sobre todo, de transformación tecnológica dentro de las empresas.
Nos encontramos, además, ante una ola tecnológica sin precedentes, basada en datos, plataformas digitales y una aceleración extraordinaria de la inteligencia artificial de aplicación industrial. Si no hay un cambio de escala en inversión, incentivos y gobernanza, Europa puede quedar atrapada en una especie de “trampa de la renta media tecnológica”: economías avanzadas pero incapaces de competir en las tecnologías que definirán el futuro.
El caso catalán: una base de primer nivel con recursos insuficientes
Cataluña parte de una posición mejor que otras regiones europeas: base científica de primer nivel, ecosistema emprendedor maduro y una industria capaz de integrar tecnología avanzada. Pero tenemos un talón de Aquiles que conocemos perfectamente: la inversión privada y pública en innovación es insuficiente, y los incentivos a la investigación industrial continúan siendo demasiado escasos.
Si no reforzamos estos mecanismos, nuestras empresas pueden acabar replicando el patrón de Kodak u Olivetti ante la disrupción de la IA. Necesitamos políticas y programas con presupuestos sustanciales, más colaboración estructural entre universidades y empresas y un marco institucional que permita velocidad y escala.
O aprovechamos esta ola tecnológica con ambición y visión, con vocación de protagonismo y no de espectadores, o acabaremos en la periferia económica de un mundo que ya corre a otra velocidad
El mensaje acumulado de los dos últimos premios Nobel es inequívoco: el crecimiento no es espontáneo; es institucional. Y la innovación no es un mantra, es una política pública con presupuesto, asunción de riesgos y evaluación del impacto.
Si Cataluña y Europa quieren jugar un papel relevante en la nueva economía digital e inteligente, necesitan exactamente eso: instituciones robustas y políticas industriales modernas capaces de convertir la “destrucción creativa” en “progreso productivo”.
La ventana de oportunidad es limitada. O aprovechamos esta ola tecnológica con ambición y visión, con vocación de protagonismo y no de espectadores, o acabaremos en la periferia económica de un mundo que ya corre a otra velocidad.