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De Corea a China: lecciones para la innovación española

El 'Global Innovation Index 2025' muestra cómo las decisiones estratégicas pueden transformar economías: China irrumpe en el 'top 10' y España continúa estancada

Shenzhen, el Silicon Valley de China | iStock
Shenzhen, el Silicon Valley de China | iStock
Oriol Alcoba, director de innovación y transferencia de conocimiento en Esade
Director de innovación y transferencia de conocimiento en Esade
01 de Octubre de 2025 - 05:30

El pasado 16 de septiembre, la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual publicó la edición 2025 del Global Innovation Index (GII), el informe de referencia para evaluar la capacidad innovadora de 139 economías de todo el mundo. El relato que desprende este barómetro es claro: la innovación sigue siendo el motor de la competitividad global, pero el mapa de fuerzas se mueve con más intensidad que nunca. Suiza mantiene el liderazgo, Suecia y Estados Unidos se consolidan en el podio y la gran novedad es la irrupción de China en el top 10, hecho que desplaza a Alemania de las primeras posiciones.

 

El mensaje de fondo del informe es que la innovación se encuentra en un punto de inflexión, con la inversión en investigación y desarrollo ralentizada, el capital riesgo cada vez más concentrado y las fricciones regulatorias multiplicándose. Todo ello genera nuevos dilemas para gobiernos y empresas.

Uno de los rasgos más interesantes del ranking es la constatación de que más de la mitad de los países situados en la parte alta de la tabla son relativamente pequeños: Suecia, Singapur, Finlandia o Dinamarca. A pesar de no ser grandes economías ni tener poblaciones significativas en el contexto global, han sabido construir entornos innovadores de altísima densidad. La lección es evidente: la innovación florece en territorios compactos, donde la concentración de agentes y la calidad de las conexiones entre ellos crean un efecto multiplicador.

 

El informe subraya la importancia creciente de los clústeres como unidad de análisis. Allí donde coinciden empresas, universidades, centros de investigación, inversores y políticas públicas decididas, es donde se genera la productividad innovadora. El protagonista de la escena siempre será la empresa, que es quien realmente lleva nuevas ideas o tecnologías al mercado. Pero el valor no radica, únicamente, en tener muchos actores, sino en su diversidad y, sobre todo, en la intensidad y la complejidad de las relaciones que se establecen entre ellos: el talento que sale de la universidad se convierte en alimento para las empresas, las startups que emergen de la investigación reciben apoyo público y, después, inversión privada, y el conocimiento circula en todas direcciones. Esta cadena de valor del conocimiento es el verdadero motor de la competitividad.

China lidera el ranking mundial de clústeres; la imagen icónica de Silicon Valley como epicentro único de la innovación mundial ha quedado atrás

A partir de esta mirada, no sorprende que China lidere el ranking mundial de clústeres con 24 territorios entre los 100 más innovadores del mundo, superando a Estados Unidos, con 22. El caso más paradigmático es el de Shenzhen-Hong Kong-Guangzhou, que ya supera a Silicon Valley y Tokio-Yokohama como zona más innovadora del mundo. La imagen icónica de Silicon Valley como epicentro único de la innovación mundial ha quedado atrás. Esto no quiere decir que Estados Unidos haya perdido fuelle: el país mantiene la tercera posición global gracias a su enorme capacidad en activos intangibles (patentes sofisticadas y de gran impacto, exportaciones de software, empresas tecnológicas de alcance planetario, etc.) y ecosistemas extraordinarios como Boston-Cambridge o el mismo Silicon Valley.

Su capacidad de generar startups que se convierten en unicornios y tecnologías de frontera es incuestionable, pero el gran reto es reducir la dependencia excesiva de su economía en las grandes corporaciones digitales y recuperar diversidad sectorial, especialmente en el ámbito industrial manufacturero. Sin esta base industrial, la posición norteamericana podría volverse vulnerable en un futuro marcado por transiciones múltiples y por la necesidad de reforzar la autonomía estratégica de las regiones.

¿Qué hay detrás del liderazgo chino y el impulso coreano?

'Skyline' de Busan, en Corea del Sur | iStock
'Skyline' de Busan, en Corea del Sur | iStock

La irrupción de China en el top 10 es, probablemente, la señal más clara de cómo ha evolucionado el tablero mundial. Todavía hay quien ve el país como “la fábrica del mundo”, pero los datos desmienten esta imagen, que es, en la mejor de las interpretaciones, estrictamente parcial. China ha invertido de manera sostenida y creciente en investigación y desarrollo, ha escalado su producción científica a ritmos de dos dígitos anuales y ya lidera ámbitos tan estratégicos como la inteligencia artificial. Pero su fortaleza no se limita a la investigación. Ha perfeccionado el mecanismo que convierte el conocimiento en industria: plataformas digitales, electrificación, baterías, robótica y aplicaciones concretas de IA llegan al mercado global con una velocidad sorprendente. La lección es que se puede competir simultáneamente en la frontera científica y en el mercado mundial. No es una amenaza menor: China ya actúa como referente para muchas economías emergentes que aspiran a replicar su salto tecnológico.

En este contexto, la posición del estado español en el lugar 29 del ranking, perdiendo un lugar respecto de 2024, invita a la reflexión. El país dispone de activos relevantes: talento bien formado, infraestructuras sólidas, capacidad de generar conocimiento y algunos clústeres competitivos en campos como la biotecnología, la salud, la agroalimentación o las TIC. Ahora bien, estos puntos fuertes contrastan con déficits persistentes. España continúa mostrando una gran dificultad para transferir la investigación pública hacia el tejido productivo, tiene poca capacidad para transformar ideas en startups con proyección global y carece de empresas tecnológicas que actúen de verdaderas tractoras del sistema. Además, el acceso a capital para escalar proyectos es limitado, los incentivos directos y fiscales poco estimulantes y el entorno regulador demasiado pesado, con una burocracia que frena iniciativas y una falta de flexibilidad que permita entornos experimentales más ágiles. Este conjunto de factores explica el estancamiento de España en la clasificación.

España mantiene una gran dificultad para transferir la investigación pública hacia el tejido productivo, tiene poca capacidad para transformar ideas en startups con proyección global y carece de empresas tecnológicas que actúen de verdaderas tractoras del sistema

La comparación con Corea del Sur resulta especialmente reveladora. Con 51,6 millones de habitantes y un PIB de unos 1,7 billones de dólares, Corea presenta unas magnitudes macroeconómicas y poblacionales muy similares a las de España, que con 47,8 millones de habitantes y 1,6 billones de PIB muestra casi el mismo peso económico. Incluso la renta per cápita es comparable, alrededor de los 33.000 dólares anuales en ambos casos. La gran diferencia aparece en la inversión en investigación y desarrollo: mientras el estado español destina cerca del 1,4% del PIB, Corea invierte casi el 5%, y lidera en el mundo junto con Israel.

El resultado es que el país asiático ocupa el quinto lugar del ranking global de innovación, mientras que España se mantiene en el 29º y muestra un estancamiento preocupante en los últimos años. Este contraste demuestra que no hay factores naturales que condenen una economía a quedar atrás, sino que son las decisiones políticas y estratégicas las que marcan la diferencia.

En pocas décadas, Corea ha pasado de ser un país con un nivel de desarrollo modesto a convertirse en una potencia tecnológica de primer orden, siguiendo una trayectoria que recuerda, en algunos aspectos, el camino que China está recorriendo actualmente. Visto de otra manera: con las políticas adecuadas (fomento de clústeres densos y relevantes, multiplicación de las fuentes de capital público y privado, apuesta por la transferencia efectiva de la investigación al mercado y simplificación legislativa y administrativa) se puede cambiar de liga en un período relativamente corto de tiempo.

Los grandes del mundo mantienen ventaja estructural, pero el ascenso de China y de Corea demuestra que es posible transformar una economía y escalar posiciones si hay ambición y políticas acertadas

Para España, el mensaje es claro: no se trata de hacer más, sino de hacer mejor y más rápido. El país ya dispone de talento, de una producción científica destacada en ámbitos estratégicos, de infraestructuras singulares y de centros de investigación y tecnológicos extraordinarios. También ha demostrado capacidad para desplegar programas como los doctorados industriales y para desarrollar, atraer y consolidar investigación de excelencia. Ahora hay que conectar todos estos activos y desplegar un verdadero programa “from science to business” (de la ciencia al mercado) capaz de convertir el conocimiento en tecnología, industria y prosperidad. Si se hace este salto, España podría avanzar de manera significativa en el mapa europeo y mundial de la innovación, de la misma manera que Corea lo ha conseguido en el último medio siglo. Pero es que, además, como existe una correlación evidente entre el nivel de innovación y la riqueza y progreso de la economía, España también avanzaría hacia una sociedad más próspera.

El GII 2025 nos recuerda que la innovación no es un juego estático, sino una carrera de velocidad y resistencia a la vez. Las posiciones no son inamovibles. Los grandes del mundo mantienen ventaja estructural, pero el ascenso de China y de Corea demuestra que es posible transformar una economía y escalar posiciones si hay ambición y políticas acertadas. España tiene por delante un reto de primer orden: aprovechar sus capacidades existentes y convertirlas en impacto económico y social relevante. La ciencia pretende entender el mundo; la tecnología, transformarlo. El futuro depende de nuestra capacidad de articularlas.