Cuando se ha pasado la enorme balsa de agua que es el lago Baikal -de una superficie similar a Catalunya- la primera gran ciudad que uno encuentra es Ulán-Udé. Es la capital de Buriatia, una de las tantas naciones que conforman la Rusia actual. Los buriatos son una raza mongola con lengua propia, también llamada buriato. Esta república integrada dentro de Rusia, es fronteriza del estado de Mongolia.
Aparte de recordarnos que no todos los rusos son eslavos -aunque lo son la mayoría, incluso los que pueblan Siberia-, esta ciudad de unos 450.000 habitantes, acoge un gran intercambiador: se desvían dos tipos de trenes que vienen de Moscú con voluntad de gran recorrido: el Transiberiano (que llega a Vladivostok) y el Transmongoliano (que llega a Pekín). Este último forma parte del corredor que, sin hacer ruido, fueron articulando los alemanes desde 1992 y que conecta Pekín con diversas ciudades alemanas casi cada día.
La línea del Transiberiano la inauguró el último zar Nicolás a principios del siglo XX. Y, por si quieren ser conscientes de lo que es la tenacidad Rusa, deben saber que los trenes, cuando llegaban al lago Baikal, eran embarcados en unos transbordadores enormes, hechos en Manchester. En invierno el lago se hiela. Entonces, cada año, en la época de la helada, se tiraba una vía sobre el hielo que atravesaba el lago y por encima de la cual circulaban los trenes -¿ven por qué la historia de nuestro corredor mediterráneo da risa?-. El caso es que ya avanzado el siglo XX se hizo la rama que atraviesa, con túneles, las montañas que limitan el sur del lago Baikal y todas estas faenas de adaptación de verano y de invierno pasaron a ser historia.
Pero bueno, volvamos a Ulán-Udé. En la estación, si alguna vez tienen la oportunidad, podrán observar -antes de que termine la transición energética- los enormes, larguísimos trenes que llevan carbón ruso hacia China. Trenes que atraviesan Mongolia y se adentran hacia Pekín. Contemplar el espectáculo, se lo aseguro, causa una cierta impresión. Millones y millones de toneladas. Como decía, la ciudad es importante y vive del comercio, ahora articulado por el ferrocarril, pero igualmente importantísimo antes de este. En el lugar, por lo tanto, se estableció una buena clase burguesa que, como es evidente, se vino abajo con la llegada de los soviets.
Dentro de la ciudad se pueden encontrar edificaciones importantes que le otorgan una gran categoría, para nosotros inimaginable si tenemos en cuenta que Ulán-Udé se encuentra a 5.500 km de Moscú -Barcelona está a 3.600-, y a 3.300 de Vladivostok, donde termina la línea del Transiberiano. Hay monumentos dedicados a los prohombres locales en los que se puede observar que ya iban vestidos con chaqué y levitas a pesar de sus facciones orientales, típicamente mongolas.
Hay ciudades que impresionan porque, una vez llegas, tienen una actividad frenética a pesar de estar en medio de la nada
Decía que todo pasó abajo a raíz de la llegada de los soviets, pero no es del todo exacto. Moscú toleró su religión budista durante el comunismo. No se sabe muy bien por qué -quizás no entendieron nada de nada- pero el caso es que los buriatos continuaron a lo suyo en lo que respecta a creencias religiosas. Dentro, y alrededor de la ciudad, hay templos diversos. A unos veinte kilómetros, destaca el de Ivolginsky Datsan -el centro del budismo ruso-, donde se encuentra el cuerpo momificado de un monje que murió mientras meditaba en, digamos, posición trascendental. No se puede visitar, y solo cuando los monjes que gestionan el templo lo permiten, bajo demanda, se puede acceder. Lo tienen guardado en una especie de urna de cristal.
Como buena ciudad soviética que fue, no puede dejar de tener su monumento a Lenin. Este político tiene monumentos de todo tipo a lo largo de Rusia y de las antiguas repúblicas de la URSS. Generalmente, es la clásica figura en la que se le ve con unos papeles en la mano y apuntando hacia adelante, hacia el futuro. No es el caso de Ulán-Udé, que optó en 1970 por un monumento original: una enorme cabeza de Lenin de ocho metros de alto que se encuentra en la plaza mayor, o central, donde está la corte suprema de la República Buriata y donde hay un restaurante (el Tengis) en el que ofrecen una cocina local, actualizada y muy, muy bien elaborada -al menos era así, hace unos años-.
En resumen, puedo decir que hay ciudades que impresionan porque, una vez llegas, tienen una actividad frenética a pesar de estar en medio de la nada. ¿Cómo es posible que tengan una vida propia de tanto peso, a menudo agitada, tan lejos de todo el mundo? Una de ellas es Manaos, en medio de la jungla amazónica, como si se hubiera perdido allí un grupo de gente de dos millones de personas. Pero Ulán-Udé da la sensación de estar aún más olvidada y lejos. Lejos de todo el mundo, dentro de la enorme Siberia. Una chica rusa, originaria de esta ciudad, me explicaba que, cuando la enviaron a Moscú a estudiar en la universidad, con apenas dieciocho años, estuvo en el tren cinco días seguidos, claro. Tenía que llevar comida para poder sobrevivir con una cierta calidad. Y es que Ulán-Udé, a pesar de tener tren y ser un nudo importantísimo, está rodeada por la nada.