Hay determinados temas sobre los cuales no se pueden aplicar análisis porcentuales. Un clásico ejemplo es la distribución del gasto doméstico. Parece lógico que una familia que ingresa dos mil euros al mes se gaste el 35% en alimentación. Que este porcentaje en comida se lo gaste alguien que ingresa diez mil euros no tiene sentido. ¡Quiere decir que tendría que cenar muchas veces al día! (Como los dichos catalanes acostumbran a ser muy descriptivos, aprovecho el famoso “si tiene más, ¡que cene dos veces!”. Es decir, que el hecho de ser rico no justifica gastar más de lo necesario, ni tampoco te soluciona todos los problemas). En definitiva, 35% puede querer decir muchas cosas. Y utilizarlo para hacer comparaciones es peligroso incluso cuando se aplica a un mismo tema.
Esta reflexión me viene a la cabeza a raíz de la noticia que dice que el 35% de la población de Barcelona es extranjera. Es decir, no solo no ha nacido en la ciudad. Ni tampoco es natural del país. Todo esto ya sería bastante inquietante. No, señor. Esta población ha nacido fuera de España. Ante este hecho, alguien puede tener la tentación de compararse con otras ciudades. Un análisis detallado es tema de otro tipo de artículo. Porque aquí vamos de opinión.
La primera cosa que me viene a la cabeza es el provincianismo tan barcelonés que puede llevar a decir animaladas del tipo “¡somos como las grandes capitales europeas!”. Y aquí me agarro a mi introducción. La ciudad más cosmopolita de Europa es Londres y, a pesar de todo, tiene un porcentaje de extranjeros del 37% -solo dos puntitos por encima de Barcelona-.
Pero, claro, compararse con Londres es de tontos. Ha sido la capital del imperio más importante de casi toda la historia -sobre todo si nos referimos a extensión y poder económico-. Encima, es, todavía, la plaza financiera más importante del planeta. Por añadido, tiene diez millones de habitantes. Y, para acabarlo de aderezar, no parece una ciudad donde el ayuntamiento esté dominado por el lobby 3T -terrazas, turismo, taxi-. Y si ya lo redondeamos del todo, el inglés no es un problema, ni está en peligro de extinción, me parece. Por lo tanto, dejémoslo correr.
"¿Estamos seguros de que la Barcelona postolímpica del 35% de extranjeros es mejor que la Barcelona preolímpica de la que, al menos muchos, disfrutábamos paseándonos por sus calles?"
Cojamos a alguien que se aproxime. ¿Bruselas? Ya estamos otra vez. Ellos también tienen un 35% de extranjeros. Pero, claro, aunque podemos asimilarla a Barcelona en número de habitantes, estamos hablando de la capital administrativa de Europa. Si le quitamos esta característica, tampoco nos sirve para comparar.
¿Y si cogemos a Milán? La Lombardía podría ser una región comparable. Lo es en calidades de partida -hace unos años nos podíamos medio reflejarnos- pero, hoy por hoy, lo hemos dejado correr y ellos tienen una renta per cápita de 50.000 euros mientras la de Barcelona es de 35.000. Y son, con París -donde, por cierto, la población extranjera representa el 20%-, la capital mundial de la moda. En Milán la población extranjera es del 17%.
En resumen, una vez más constituimos una excepción que nos lleva a preguntarnos: ¿y todo esto, con qué objetivo? Porque de la tipología social y económica de este 35% barcelonés ya hablaremos otro día -el tema, tiene jugo-. Me pregunto: ¿estamos seguros de que la Barcelona postolímpica del 35% de extranjeros es mejor que la Barcelona preolímpica de la que, al menos muchos, disfrutábamos paseándonos por sus calles y que, si más no entonces, nos prometía un futuro esperanzador -Milán, no Rio de Janeiro, estaba entre nuestros objetivos-?
Hace muchos años que me fui a vivir a Sant Cugat y, ¿saben qué les digo? Que al menos ahora tengo cuantificado por qué. Cuando bajo esporádicamente a Barcelona me siento extraño. Como si fuera un visitante, pero con la percepción de un obvio déjà vu degradado.