La Unión Europea (UE) se encuentra en una situación en la que dos países, Estados Unidos y China, aspiran a la hegemonía mundial, y donde un Sur Global es cada vez más influyente. En este nuevo mundo, parece que la UE no acaba de encontrar su espacio.
La segunda invasión de Ucrania por parte de Rusia, en 2022, y el regreso de Donald Trump a la presidencia estadounidense, en 2025, han dado la vuelta al orden mundial y dejado al descubierto las fragilidades de una Europa que, a pesar de ser una potencia económica, científica y cultural, muestra una preocupante incapacidad política.
La UE es un gigante económico sin peso político. Con un mercado de 450 millones de consumidores y un alto poder adquisitivo, es una fuerza económica de primer orden. Sin embargo, el no poder actuar con una sola voz en los grandes asuntos internacionales la condena a un papel secundario.
El proyecto europeo es, sin duda, un éxito histórico: la libertad de circulación, el euro, la actuación conjunta ante la covid-19 o las políticas comerciales comunes son hitos innegables. Pero su evolución política se ha visto frenada por el exceso de nacionalismos internos y por un sistema de toma de decisiones que exige la unanimidad de 27 estados, lo que paraliza varios avances significativos.
"La evolución política de la UE se ha visto frenada por el exceso de nacionalismos internos y por un sistema de toma de decisiones que exige la unanimidad de 27 estados"
Esta parálisis ha sido especialmente evidente en recientes crisis. La Unión Europea no ha logrado pronunciarse con una sola voz sobre el genocidio en Gaza, ni ha sido invitada a participar en el Acuerdo de Paz sobre Palestina, a pesar de su relevancia geopolítica en el Mediterráneo. Una situación similar podría repetirse en un futuro acuerdo entre Rusia, Estados Unidos y Ucrania, en el que la UE, probablemente, quedará relegada a un papel de financiadora más que de actora principal. Su dependencia de Estados Unidos es igualmente evidente: desde los acuerdos comerciales y arancelarios hasta el compromiso de aumentar el gasto en defensa hasta el 5% del PIB, pasando por el silencio frente a las vulneraciones del derecho internacional en varias decisiones de Washington.
Un año después de presentar su informe sobre El futuro de la competitividad europea, Mario Draghi ha expresado abiertamente su decepción por la parálisis política y por la falta de ambición de las medidas adoptadas. El presupuesto comunitario 2028-2034 es de casi dos billones de euros, equivalente al 1,26% del PIB europeo. Queda muy por debajo de lo necesario para afrontar los retos identificados.
"El nacionalismo exagerado de ciertos países, como Francia, o la política antieuropea de otros, especialmente de Hungría, frenan iniciativas que podrían beneficiar al conjunto europeo"
Superar esa situación no es sencillo. Cualquier reforma profunda de los tratados requiere unanimidad, un requisito que a menudo actúa como muro infranqueable. Sin embargo, en 2014 se introdujo el voto por mayoría cualificada en algunas materias, que exige el acuerdo del 55% de los estados miembros (que representen al menos el 65% de la población total de la Unión). Pero el problema persiste: el nacionalismo exagerado de ciertos países, como Francia, o la política antieuropea de otros, especialmente de Hungría, frenan iniciativas que podrían beneficiar al conjunto europeo.
Para poder sobrevivir a la UE necesita una política y una voz única. Y necesita también una política exterior propia, una mayor integración fiscal y monetaria, una política de defensa común y un ejército europeo. En un mundo en plena reconfiguración, la UE tiene suficiente capacidad económica, tecnológica y capital humano para ocupar un lugar relevante. Pero para ello, los países miembros deben ceder soberanía en nombre de una Europa fuerte, cohesionada y capaz de defender sus valores e intereses. Si no lo hace, su decadencia y la de sus Estados miembros será inevitable.