Etnógrafo digital

Europa no es el Far West

11 de Diciembre de 2025
Josep Maria Ganyet | VIA Empresa

Hoy, en este lado del hemisferio, decir cine es decir Hollywood. Pero no siempre fue así: hubo un momento en que decir cine era decir Europa, más concretamente, Lyon —en casa de los Lumière— y Leeds, en casa de los suegros de Auguste Le Prince. Seguro que los primeros les suenan como inventores del cine y los segundos… de nada. Y a pesar de todo, Le Prince es el inventor del cine. Lo sabemos porque se conserva una peliculita suya de 1888, que se perdió y no se recuperó hasta la década de 1930, demasiado tarde para cambiar los libros de historia. Algo parecido le pasó al mismo Le Prince, que desapareció en un tren cuando iba a patentar su invento en París. Seguramente es por eso que sabemos tan poco de él.

 

Hay un documental de 1990, The Missing Reel, que intenta reconstruir los hechos. El documental se ha distribuido poco porque uno de los que salen retratados es Edison, el inventor, entre otros, del fonógrafo y del kinetoscopio en 1891, antes de que los Lumière publicaran el cinematógrafo en 1895. La diferencia fue que el kinetoscopio no se proyectaba —se veía en un visor en los salones de la época—, y que Edison consideró que nunca recuperaría la inversión. Aparte de ser un genio visionario, Edison también era conocido por sus artes a la hora de aplastar a los competidores. Controlaba las patentes de las cámaras y perseguía jurídicamente a cualquier productor que quisiera filmar sin pagarle. Para escapar de este monopolio, muchos cineastas hicieron algo genuinamente americano: ir hacia el oeste. California era el lugar perfecto. Tocando la frontera mexicana, todo estaba por hacer y todo era posible —también las leyes— y, sobre todo, era el lugar más alejado de los abogados y de los gorilas de Edison. Hollywood, irónicamente, nació de la piratería.

"Hollywood, irónicamente, nació de la piratería"

Uno de estos cineastas era un joven de nombre Walt Disney, que en 1923 llegó a Los Ángeles en un tren desde Kansas City con solo 40 dólares en el bolsillo tras la bancarrota de su empresa de animación. Disney pasó de lavarse en la Union Station de Kansas City a crear un imperio audiovisual porque su tren llegó a Los Ángeles antes que la ley. Y, sin embargo, aquel mundo que había nacido huyendo de patentes y aprovechando la prescriptiva lentitud de los reguladores acabaría convirtiéndose en uno de los principales guardianes globales de la propiedad intelectual. Esta historia debería enseñarse en P3, junto con el primer corto de Mickey Mouse.

 

“La historia no se repite, pero rima”, dijo Mark Twain. Y ciertamente la historia del Hollywood de principios de siglo XX rima con la del Silicon Valley del siglo XXI; también de California al mundo, también sin ley. Hoy el Far West se ha digitalizado, pero continúa operando sobre los mismos principios que el cinematográfico de hace 100 años: mínima regulación, máxima velocidad y, si nos obligan, ya cambiaremos algo o haremos como que lo hacemos. Y la analogía no acaba aquí: si Hollywood marcaba las tendencias y los cánones estéticos en los diferentes momentos históricos, hoy es Silicon Valley quien marca las tendencias y los cánones éticos.

Las plataformas que hoy controlan la conversación pública global —Google, Meta, X— han ocupado un espacio en nuestras democracias que no les corresponde. Alguien se creyó el mantra de que cuanto más desregulado está un mercado, más se autorregula, y que cualquier intervención pública frena la innovación. El resultado es conocido: desinformación, opacidad algorítmica y concentración de poder en manos de cuatro, con un impacto directo sobre la salud democrática del mundo. Y, viniendo de donde viene, no parece que sea en positivo: según el Democracy Index 2024 de The Economist, EE. UU., con un índice de 7,85 sobre 10, ha caído de la categoría de “democracia plena” a “democracia defectuosa”. 

"Las plataformas que hoy controlan la conversación pública global —Google, Meta, X— han ocupado un espacio en nuestras democracias que no les corresponde"

The Economist se basa en indicadores de 2024 que no tienen en cuenta todavía el capitalismo de amiguitos de Trump, basado en gran medida en el servilismo de las grandes tecnológicas que le ríen todas las gracias mientras puedan seguir haciendo negocio sin demasiada regulación.

Ante este vacío democrático —e intelectual—, a la Unión Europea no le ha quedado otra que actuar. Lo hemos visto las últimas semanas, primero, con la multa de 120 millones de euros a X por incumplir la Digital Services Act: diseño engañoso de la marca azul de verificado, publicidad opaca y bloqueo de acceso a datos para investigadores, entre otras perlas. Y después en la investigación que ha abierto a Google “por un posible abuso de posición dominante en el uso de contenidos para entrenar IA y en la sustitución de tráfico hacia los medios a través de respuestas generativas”. La traducción al castellano sería: “Por apropiarse de contenidos de terceros y servirlos en forma de resúmenes generados por IA, haciendo que los usuarios ya no visiten las webs originales”. En mi pueblo, y en el vuestro, se llama “cornudo y pagar la bebida”. En el Far West, se llama innovación.

Estas acciones deberían ser el principio del fin del Far West digital. La UE está construyendo un marco para proteger los derechos de los ciudadanos que las plataformas norteamericanas deben respetar si quieren operar aquí. Es un proyecto que combina privacidad (GDPR), competencia (DMA), transparencia y seguridad democrática (DSA) y, ahora, la regulación de la IA (AI Act).

La reacción norteamericana ha sido tan furibunda como pueril. Elon Musk ha acusado a la UE de querer “abolir la libertad de expresión” al tiempo que pedía su disolución mientras difundía montajes fotográficos con la bandera de la UE y la esvástica nazi. Figuras destacadas de la administración Trump han denunciado la multa a X como un ataque a EEUU en una mezcla de turbocapitalismo, tecnoutopismo y hostilidad hacia las instituciones democráticas. Los Musk, Thiel, Sacks, empresarios que son de facto actores políticos, son los que nos dicen sin ningún tipo de vergüenza que “o democracia o libertad, pero que todo a la vez no puede ser”.

"Europa es, junto con Australia, el único actor global que está intentando poner límites al poder digital"

Europa no es perfecta; es lenta, burocrática y está llena de contradicciones internas. Pero aparte de que es nuestra lentitud, burocracia y contradicciones, es, junto con Australia, el único actor global que está intentando poner límites al poder digital. Por cierto, la UE está mirando muy de cerca la nueva legislación australiana que prohíbe el acceso a las redes sociales a los menores de dieciséis años. Más vale tarde que nunca.

La pregunta es muy sencilla: ¿queremos que las leyes del Far West las hagan millonarios de Silicon Valley, o instituciones que podemos fiscalizar democráticamente?