Una amiga que sale por la tele me envía un vídeo de una fiesta en la que estuvo. Risas, copas, fiesta, y la canción que todos tenemos en la cabeza. Me escribe: “Mira qué noche”. Se lo pasó bien, la jodida. No tengo tiempo de responderle que ya me envía otro mensaje: “No pasó, lo han hecho por IA”. El vídeo lo generó uno de los presentes a partir de una única fotografía de grupo con la popular aplicación Sora de OpenAI. La luz parece la del local, el movimiento es creíble, los ojos brillan por la ingesta de espíritus, pero aquel baile no existió. La captura del momento solo sirvió para inventar un nuevo recuerdo que se superpone al real. Bienvenidos a la realidad generada.
Si al principio la IA generativa imitaba el mundo, desde hace unos meses, lo recrea. Qué lejos queda aquel proyecto de ThisPersonDoesNotExist que generaba (y genera) caras de personas que nunca han vivido; a cada recarga de página, una. Hoy, las personas generadas por IA nos parece haberlas visto no hace mucho por la calle. Entra en la cuenta de Instagram de iaiesvalentes para darte cuenta de cómo la IA generativa nos propone escenas posibles —hilarantes y tiernas— de una cotidianidad demasiado real. Impresiona y hace gracia los primeros diez minutos, después te asusta y te hace filosofar sobre la realidad. Pero eso de crear realidades no es nuevo. Ni mucho menos.
"Hoy, las personas generadas por IA nos parece haberlas visto no hace mucho por la calle"
El simple acto de tirar una foto —sea con una Leica o con el móvil— es ya un acto de creación de la realidad. Lo recordamos a menudo a los estudiantes de primer de periodismo y de comunicación: ante una manifestación, el fotógrafo puede girar el objetivo hacia los manifestantes o hacia la policía. La imagen será cierta en ambos casos, pero contará dos historias diferentes, dos realidades diferentes. La fotografía no registra la realidad, la construye.
Así, ni el fotógrafo más equidistante que se proponga mostrar las dos caras de la manifestación saldrá bien parado. Captar el momento es interpretarlo. Una cámara no registra colores ni luz tal como son; capta señales y las envía al procesador de imagen (ISP), que hace millones de cálculos matemáticos por segundo: balance de blancos, reducción de ruido, reconstrucción de detalles, HDR. El resultado es un realismo computacional: una hipótesis visual óptima de lo que había. El caso de Samsung y la Luna es sonado. La marca decía que las cámaras de sus móviles podían captar los detalles de la Luna que las otras no captan. Pues bien, lo que pasaba era que si detectaba que se estaba fotografiando la Luna, hacía una reconstrucción con IA, con cráteres incluidos. Lo sabemos porque al hacer una foto a la bombilla de la lámpara de escritorio en una habitación a oscuras, salía una magnífica imagen de los cráteres de la Luna.
Esta tecnología —la IA— es la misma que hoy nos permite ver discursos históricos que no se pronunciaron, paisajes que nadie ha pisado y cuadros que nadie ha pintado. El conflicto de OpenAI con los herederos de Martin Luther King Jr. por culpa de la profusión de vídeos generados con Sora es sintomático: los usuarios se dedicaban a hacerle decir toda clase de barbaridades, que obviamente mancillaban su memoria. En una situación análoga, la hija del malogrado Robin Williams ha pedido que no le envíen más vídeos de su padre generados por IA, que no le hace ninguna gracia. Que la gente se acuerde de tu padre muerto siempre está bien, ahora, si lo hace haciéndole recitar “brainrot italiano”, discursos racistas o haciendo ruidos del Chiquito ya no debe hacer tanta gracia (aunque de este último no estoy seguro). Y si la cara nos identifica, la firma también. El problema de las imágenes sintéticas se extiende a las firmas generadas con IA, que engañan incluso a peritos y auditores. Si dudamos de caras y firmas, ¿cómo certificamos la realidad?
De hecho, la misma tecnología que ha resquebrajado la confianza puede ayudar a restituirla. El renacimiento pasa por dos vías complementarias: la certificación de autenticidad y la trazabilidad de origen. Ya hay cámaras que integran chips de autenticación capaces de firmar de manera cifrada cada captura en el momento de hacer la foto. Estándares como C2PA permiten adjuntar credenciales de procedencia verificables a lo largo de la edición y la publicación. Si el sensor, el firmware y el flujo de trabajo conservan toda la información y la registran en una base inalterable (¿he oído cadena de bloques?), la fotografía puede volver a valer como documento
"La apuntografía, sin embargo, no mata a la fotografía; le mueve la silla y la obliga a redefinir su terreno: qué significa mirar, qué significa probar, qué significa crear"
Mientras tanto, el mundo de la fotografía creativa también se mueve. En 2023, el fotógrafo alemán Boris Eldagsen hizo sonrojar a más de uno al ganar —y rechazar— el premio internacional Sony World Photo con una imagen generada por IA. Acuñó el término “promptography”, que en catalán podemos decir apuntografía: imágenes creadas no con luz, sino con apuntes —con palabras. La apuntografía, sin embargo, no mata a la fotografía; le mueve la silla y la obliga a redefinir su terreno: qué significa mirar, qué significa probar, qué significa crear.
Y aquí está la gracia. El fin de la fotografía es, precisamente, su renacimiento. Renacimiento técnico, porque con chips adecuados y cadena de custodia puede recuperar el valor documental que la era digital le había arrebatado; y renacimiento creativo, porque la IA generativa fuerza el binomio humano–cámara a ir más allá de lo que la IA puede hacer: el azar, la imperfección, el gesto, y sobre todo, la intención. *Apuntografía* y realismo computacional por un lado, error y poesía por otro.
Que un buen recuerdo generado por IA no te estropee la realidad.