Durante años nos han dicho que los videojuegos son cosa de ni criaturas, de adictos o de gente asocial con demasiado tiempo libre. Una frase recurrente que hemos oído todos: “Yo no juego a videojuegos.” A menudo es una mentira podrida. Todos hemos jugado al Tetris en alguna consola antigua o al Super Mario cuando éramos pequeños. Tengo amigos que desde el tenis de la Wii no han vuelto a tocar un mando, pero tampoco pueden decir que no hayan jugado nunca.
Ahora bien, no haber jugado nunca a ningún videojuego significa que has estado escondido en una cueva… y eso no habla muy bien de ti. Los videojuegos no solo se exponen en algunos de los grandes museos del mundo, sino que son uno de los lenguajes artísticos, culturales, influyentes y complejos de nuestro tiempo.
Por eso, cuando el Museo del Empordà de Figueres me propuso hacer un curso sobre cómo se relacionan el arte y los videojuegos, dije que sí sin pensármelo. Y así nació ‘Una historia del arte del videojuego’, cuatro sesiones abiertas a todo el mundo donde diseccionamos la historia, los creadores, las tecnologías y el futuro de un medio que ya hace tiempo que juega en la liga de la cultura de masas.
Un museo que juega fuerte
El Museo del Empordà merece un paréntesis (y una ovación). Bajo la dirección de Eduard Bech-Vila y con un equipo que no solo trabaja, sino que ama lo que hace, el museo se ha convertido en un espacio valiente, con propuestas que mezclan el corazón y el criterio. Que desde el centro de Figueres, justo al lado de un gigante como el Museo Dalí, se apueste por unas jornadas como estas, donde se habla de Tetris, de Super Mario y de los Sims con la misma solemnidad que una cerámica o un tapiz, no solo es innovador. Es urgente e imprescindible.
Del píxel al pincel
La primera sesión nos llevó a la prehistoria del videojuego, cuando la técnica era tan limitada que hacer arte digital era casi un acto rebelde. Pero la limitación generaba creatividad, de la misma manera que los cubistas reinventaron la perspectiva, los pioneros del videojuego transformaron los ocho bits en universos complejos. Pong, Donkey Kong, Space Invaders… El low-tech también tiene estética. No es casualidad que museos de Berlín, Madrid, Londres o San Petersburgo dediquen exposiciones permanentes a reivindicar el impacto cultural del videojuego de las primeras épocas, y que todos tengamos los píxeles como garbanzos dentro de nuestro corazón. No es solo nostalgia.
"De la misma manera que los cubistas reinventaron la perspectiva, los pioneros del videojuego transformaron los ocho bits en universos complejos"
Arte moderno con mandos
En la segunda sesión entramos en la era contemporánea. Aquí los videojuegos no solo cuentan historias, sino que las intensifican y las profundizan gracias a la aparición del CD, el 3D, la nube y las nuevas realidades. Journey, Gris, The Last of Us, Inside, Death Stranding, Tomb Raider… obras donde la narrativa, el diseño sonoro y la dirección de arte emocionan tanto con las cinemáticas como con el gameplay. Igual que una instalación de Bill Viola o una pieza de Marina Abramović, un buen videojuego te puede hacer llorar, pensar y transformarte.
Y no lo digo yo: lo dice la crítica, lo dicen las academias y lo dice también el resto de las industrias culturales, que cada vez más miran el videojuego no como un arte menor, sino como un lenguaje moderno, maduro, con voz propia.
"Igual que una instalación de Bill Viola o una pieza de Marina Abramović, un buen videojuego te puede hacer llorar, pensar y transformarte"
Los autores del ‘joystick’
En la tercera sesión hablamos de autoría. Porque sí: detrás de cada gran videojuego hay un cerebro (o muchos) que han imaginado, programado, dirigido y afinado cada detalle. Hablamos de japoneses ilustres como Shigeru Miyamoto, Koji Kondo, Hideo Kojima o Fumito Ueda, pero también de creadores europeos, americanos y catalanes. Y sí, también de mujeres, porque las hay, y muchas, pero quizás no tan conocidas.
Una parte que me encantó fue poner los nombres menos famosos sobre la mesa. La autoría en el videojuego es coral, diversa y, a menudo, invisible. Sabemos quién escribe libros o dirige películas, pero poca gente sabe quién hay detrás del juego donde ha pasado mil horas.
"Sabemos quién escribe libros o dirige películas, pero poca gente sabe quién hay detrás del juego donde ha pasado mil horas"
Futuro de pantalla inmersiva
En la última sesión sacamos la bola de cristal con la realidad aumentada, la realidad virtual, las realidades mixtas, la inteligencia artificial y todos los acrónimos que parecen salidos de alguien que no sabe deletrear y que inventa palabras. Pero el mensaje es claro: el videojuego no desaparece, sino que se transforma. En un futuro el videojuego seguirá siendo una herramienta educativa, un canal de expresión, un espacio terapéutico o un espacio político. Y sí, también seguirá siendo entretenimiento. Pero que nadie lo reduzca solo a eso: el videojuego es el lenguaje del siglo XXI. Y como todo lenguaje, hay que entenderlo, estudiarlo y respetarlo.
Datos extra para reforzarlo
En Catalunya, el sector del videojuego ha vivido una explosión en los últimos años. Según el último Libro Blanco del Videojuego en Catalunya (2024), hay más de 200 empresas de videojuegos activas, que generan cerca de 1.200 puestos de trabajo directos, con una facturación conjunta de más de 180 millones de euros anuales. El 50% de estas empresas tienen menos de cinco años, y casi un 30% exportan más del 90% de lo que producen. Estamos hablando de un sector joven, creativo, internacionalizado… y con un potencial cultural y económico innegable.
Y sí, este 2025 se celebran los 40 años del primer videojuego catalán. Por lo tanto, nunca será tan buen momento como hoy para volverlo a reivindicar. E ir haciéndolo, sin parar, hasta que nos aprendamos la canción de memoria: En Catalunya somos un referente, tenemos industria y tenemos talento.
Una última pantalla
Acostumbramos a pensar que un museo es un lugar donde las cosas se congelan, se clasifican, se mueren. Pero en este caso ha sido todo lo contrario: el Museo del Empordà ha abierto una puerta, ha encendido la consola (o el móvil, o el PC) y ha dejado que el videojuego cuente su propia historia, desde el respeto, desde la cultura y con voluntad de servicio público.
Quizás es hora de que dejemos de hablar del videojuego como si fuera un juguete y empecemos a verlo por lo que es: una obra de arte interactiva.
Como diría Duchamp, no es el objeto lo que hace el arte, sino la mirada. Pues miremos mejor, que ya hace más de 50 años que el videojuego vive entre nosotros.
Por cierto, si queréis recuperar las jornadas, las podéis encontrar en el YouTube del museo.