
A estas alturas, no vamos a descubrir la pólvora si destacamos el liderazgo de Lleida en el sector primario y agroalimentario de Catalunya. Las comarcas de Ponent encabezan el ranking en actividades como la fruticultura, el sector porcino o el avícola. A pesar de las frías estadísticas, tampoco es ninguna novedad que los agricultores y ganaderos leridanos lamentan que desde la Administración no se les ponen las cosas fáciles, lo cual dificulta el relevo generacional, ya que es un trabajo muy sacrificado que obliga a estar al pie del cañón los 365 días del año. Ahora bien, este año, con la ola de incendios forestales generalizada en el Estado español han vuelto las voces que culpabilizan o responsabilizan a los agricultores, por acción o por omisión, de estos episodios. En el primer gran fuego de la campaña en Cataluña, hace aproximadamente dos meses, que se saldó con la muerte del dueño de una granja y un trabajador en Coscó, las primeras hipótesis ya vinculaban su origen a la maquinaria agrícola. Tal cual, un agricultor de un pueblo de Ourense tuvo que declarar ante el juzgado por haber montado un cortafuegos y evitar así que las llamas se llevaran su casa.
Estas acusaciones ignoran, creo que de manera deliberada, el papel fundamental de los agricultores en las tareas de prevención de incendios. En este contexto, hay que recordar las peticiones de expertos como el responsable del Área Forestal de los Bomberos de la Generalitat de Catalunya, Marc Castellnou, que reclama una remuneración para los agricultores por llevar a cabo esta actividad. Como ejemplo, en una conferencia impartida hace casi dos años, recuerda que la viña ha sido considerada una actividad productiva por el tipo de uva que produce, pero genera muchas más cosas: ofrece oportunidades de extinción de incendios, otorga biodiversidad, muestra un paisaje de calidad y todos estos aspectos son los que se deben mirar. En determinados incendios, las viñas han servido para frenar la expansión de las llamas hacia las viviendas. Pero el propietario de las viñas no recibirá el beneficio de la defensa de aquella. En cambio, estos no tendrán que hacer una franja de 25 metros de protección que cuesta unos 3.000 euros la hectárea porque hay aquellas viñas. Pero si no estuvieran lo tendrían que hacer y pagar.
Durante décadas, las administraciones han dejado de lado a los agricultores y ganaderos, tratándolos como extraños en la prevención y gestión de los incendios. Sin embargo, su labor es esencial. Hace falta voluntad política para que su papel sea reconocido y potenciado como primera línea de defensa frente a los incendios. Teniendo en cuenta este aspecto, las organizaciones agrarias demandan una nueva política forestal por parte de las administraciones, ya que la actual aparece marcada por un 'ecologismo pasado de moda', que ha impuesto trabas a las actividades tradicionales en el medio rural. Esta ha comportado un abandono clamoroso de las fincas públicas y montañas, la falta de limpieza de vías, caminos y cunetas y la inadecuada planificación de los planes de prevención.
Durante décadas, las administraciones han dejado de lado a los agricultores y ganaderos, tratándolos como extraños en la prevención y gestión de los incendios
El eje de la política forestal
Aparte, el intervencionismo y el exceso de limitaciones a las actividades de agricultores y ganaderos ha derivado en el abandono de las fincas, lo cual convierte, de forma paradójica, la montaña en un lugar con muchos más riesgos de incendios. Aquí, el mensaje parece claro: los titulares de las explotaciones deberían ser el eje central de las políticas forestales.
Al otro lado de esta realidad, ignorada y menospreciada, la elección es culpabilizar al agricultor y hacerlo responsable del cambio climático o del deterioro de la biodiversidad. Los profetas del apocalipsis son los que defienden la no intervención en las dinámicas naturales, desconociendo que entonces resulta inviable la producción de los alimentos que nos encontramos en el lineal del supermercado. En el mundo ideal que dibujan estos agentes supuestamente críticos, existen las granjas pequeñas y las fincas están gestionadas por agricultores heroicos, que en sus horas extras, desde una visión bucólica, se dedican a apagar fuegos. Si acaso, el modelo de gestión forestal, ya lo dejamos para otro día. Al final, tendrá razón John Milton cuando aseguraba que los únicos paraísos son los perdidos.
Es el mismo colectivo que idealiza la vida rural y el mundo natural mediante propuestas turísticas que emulan las tareas agrícolas, la mayoría con participación de población del área metropolitana de Barcelona. Desde otras ópticas, sería conveniente destapar algunos conceptos apartados, como la sobreexplotación del suelo, la violencia contra el mundo natural o el olvido de la diversidad, el equilibrio y la sostenibilidad agrícola.
Hay colectivos que idealizan la vida rural y el mundo natural mediante propuestas turísticas que emulan las tareas agrícolas, la mayoría con participación de población del área metropolitana de Barcelona
Las nuevas generaciones de profesionales del campo subrayan que para crear nuevas explotaciones o ampliar las existentes deben realizar trámites que se alargan entre dos y cinco años. Consideran que es contradictorio que cuando se incorporan al sector primario tengan ayudas y facilidades que se acaben antes de que se hayan conseguido los permisos de la granja.
Ahora que muchos ya hemos disfrutado de las vacaciones de verano, nos vendría bien recordar que hay una figura, a veces mal llamada 'jardinero' rural, que nunca las hace y que en su tiempo libre, especialmente en los meses de calor, se dedica a apagar incendios, de los cuales después será culpabilizado de provocarlos.