Un chimpancé visita Costa Barcelona

Desde Les Cases d’Alcanar a Portbou, buena parte de las poblaciones costeras se postulan como destino de turismo familiar y se jactan de un microclima único

El puerto del Garraf | iStock
El puerto del Garraf | iStock
1604434214372
Coordinador general de la Mancomunidad Penedès-Garraf
Penedès-Garraf
10 de Diciembre de 2025 - 04:55

En el epílogo de su Lolita, Vladimir Nabokov explicaba que el libro “fue provocado, seguramente, por un relato periodístico alrededor de un chimpancé del Jardin des Plantes que, después de unos cuantos meses de esfuerzos perseverantes por parte de un científico, hizo el primer dibujo que jamás había hecho ningún otro animal. Mostraba los barrotes de la jaula de la pobre criatura”.

 

Otro referente literario, Lawrence Durrell, en Clea, contaba que “un equipo de antropólogos chinos vino a Europa a estudiar nuestras costumbres y creencias. Al cabo de tres semanas todos habían muerto. ¡Sí, habían muerto de risa incontrolable y fueron enterrados con todos los honores militares!”. El del Cuarteto de Alejandría resolvía: “¿Qué conclusión podremos sacar? Hemos convertido las ideas en una forma muy bien remunerada de turismo”.

Fíjense que, desde Les Cases d’Alcanar a Portbou, buena parte de las poblaciones costeras se postulan como destino de turismo familiar. Además, a menudo unas y otras se jactan de un microclima único, como si no hubiera otro. Si acceden a los planes de marketing o si echan un vistazo a las webs turísticas de la mayoría de municipios tendrán la misma sensación: nada nuevo. Todos son iguales o muy similares; con un mismo patrón; argumentarios de calcomanía y consultorías de manubrio.

 

Los presupuestos que las administraciones dedican a la promoción turística pocas veces se corresponden con estrategias orquestadas de la mano del sector. No es extraño que la ideación de una campaña se formule desde un plan de mandato electoralista y, por el contrario, menoscabe criterios de oportunidad o competitividad del destino. Si fuéramos lo suficientemente críticos -en la justa medida- revelaríamos que en algunos casos se malgastan los recursos dinerarios en sucesivos fuegos de artificio.

Si accedéis a los planes de marketing o si echáis un vistazo a las webs turísticas de la mayoría de municipios tendréis la misma sensación: nada nuevo

Como contrapunto, tanto o más sorprendente, hemos llegado a ver cómo se dedicaba una dinerada a la redacción de un plan estratégico que después no se podía implementar por falta de presupuesto. Aquellos chinos se mearían de risa y el genial chimpancé saldría corriendo a toda prisa.

Esto en lo que respecta al sector público; también es verdad que el empresariado es vago a la hora de contribuir como coadyuvante, como si la cosa le fuera ajena. Como mucho, si se la invita, la gente del sector participa en una especie de proceso preliminar, con más escepticismo que expectativa. Lo escribió Alejo Carpenter: “Aquellos que no creen en santos no pueden curarse con los milagros de los santos”.

De esta manera y con las premisas de siempre, recurrentes hasta el aburrimiento, hemos sido cómplices de documentos que pretendían marcar las directrices de mañana y pasado mañana para activar el turismo de proximidad, sin mayor horizonte y con escasa ambición; quizás con pelas de la Dipu (en lenguaje gandul) o de la Gene (en argot estirado). Tiemblo solo de pensar que desde ahora estos redactados estratégicos se puedan cocinar con inteligencia artificial.

La denominación Costa Barcelona

Dentro de poco hará 15 años, la geografía turística del Garraf quedó enmarcada en la denominación Costa Barcelona. La idea provenía de la Diputación de Barcelona con el ánimo de sustituir los dos sellos existentes hasta ese momento, Costa de Barcelona-Maresme y Costa del Garraf. Ciertamente, no funcionaban. Era cuestión de juntar y optimizar los recursos. Al principio, la nueva marca agrupaba las comarcas del Garraf, el Maresme, el Baix Llobregat y el Alt Penedès; la última no es precisamente un territorio marítimo.

No fue nada fácil consensuar el naming. Recuerdo reticencias obstinadas justo desde la comarca de interior, que proponía Costa Penedès como epígrafe. Después de una negociación subrepticia y de tintes opacos, se impuso la opción de Costa Barcelona. No quedó así, sin embargo. Por motivos más políticos que técnicos meses más tarde se redefinió el invento con el añadido de las comarcas del Vallès Occidental y el Vallès Oriental; supongo que la Dipu no tenía otra opción y convenía evitar que ningún territorio quedara excluido del nuevo mapa turístico, aunque el resultado fuera un batiburrillo de ínfima credibilidad.

No perdamos de vista que, una y otra vez, estos juegos de mesa son pilotados desde los despachos funcionariales, con buenas intenciones -por supuesto-, pero huérfanos de pragmatismo. Además, no hay explicaciones ni didácticas dirigidas a los directivos y las directivas del sector, lo que provoca la indiferencia y el desinterés. De nuevo y como sucede en muchos otros casos, el cómo y el porqué de todo ello no llegan al conocimiento del negocio privado, que es justo donde se la juegan de verdad.

Quince años después, se hace difícil encontrar referencias de la marca Costa Barcelona en las acciones publicitarias del sector privado e, incluso, en la comunicación proveniente de las municipalidades

Como resultado de esta forma de hacer, Costa Barcelona no es una denominación consolidada entre los establecimientos. Quince años después, alguien debería reconocerlo. Resulta difícil encontrar referencias de la marca en las acciones publicitarias del sector privado e, incluso, en la comunicación proveniente de las municipalidades, que son la clientela directa de la Diputación. Como mucho, en un rinconcito de cualquier folleto o post aparece el logotipo impuesto por las condiciones de la inestimable subvención.

Este fiasco no es atribuible a la institución provincial, que ha puesto dinero tozudamente. Tampoco hay que cuestionar a los ayuntamientos, que hacen lo que pueden con un presupuesto que no da para más. Sencillamente, esto pasa porque no hacemos caso al adagio popular según el cual una mano puede lavar la otra y ambas juntas pueden lavar la cara. Y nos quedamos con la cara sucia.