Extramuros también pasan cosas bastante raras, de aquellas que, por estrepitosas e inverosímiles, son difíciles de explicar. En los litorales del Garraf y de más arriba, la gente mayor de la costa todavía se acuerda de cuando algunas embarcaciones iban al petardo.
Así era conocida una modalidad de pesca que consistía en detonar un explosivo previamente sumergido. De hecho, era un cartucho de goma-2 que se activaba con una mecha impermeable. A resultas de la deflagración, la superficie del agua se alfombraba con una multitud de peces que solo había que recoger con las sacaderas. Esta práctica estaba bastante extendida la primera mitad del siglo pasado.
La salvajada no tenía nada que ver con las artes de arrastre y de palangre, que hoy en día son perseguidas por todo tipo de restricciones desde los sanedrines europeos. Como penitencia, ha ido de poco que este año festejáramos unas Navidades sin gambas de Palamós ni de Vilanova, que no dejan de ser las mismas, digan lo que digan; que el mar no tiene bancales ni otros surcos que las estelas de las barcas.
Ir al petardo era una práctica común en aguas continentales, en toda Europa y muy particularmente en Francia, donde tenían gran tradición. Pueden imaginarse la peligrosidad de estos hábitos pirotécnicos, que a menudo estallaban antes de tiempo y provocaban lesiones de consideración entre los tripulantes de las embarcaciones.
En nuestra casa, a los ejemplares dañados se les decía pez de petardo y eran subsidio agradecido para el villaje de bolsillo descontento
Además de los daños a las personas, las malas artes ocasionaban una depredación abracadabrante en los hábitats marinos, fluviales y lacustres. En realidad, buena parte de los cuerpos derrotados por la barbarie emergían con fracturas y carencias de todo tipo. Las capturas que habían sufrido mayor afectación se devolvían al agua sin remisión ni prenda. Aquellas otras escasas, que presentaban mermas o lesiones menores, se llevaban al mercado. Bien se podía hacer un caldo o involucrarlas en una comida de subsistencia. He aquí que en nuestra tierra de estos ejemplares damnificados se decía pez de petardo y eran subsidio agradecido para el villorrio de bolsillo descontento.
Aún hoy, en el habla cotidiana y en las conversaciones más sinuosas, pez de petardo es todo aquello que tiene un valor insignificante y es de perfil bajo. Es una futilidad, que no merece ninguna consideración. Podríamos decir, por ejemplo, que buena parte de los discursos, las homilías y las tertulias de egregios charlatanes contienen dosis incontinentes y desmesuradas de pez de petardo. Oímos torrenteras de frases hechas y recurrentes, como poner blanco sobre negro, hacer trampas al solitario, poner una ciudad en el mapa, pegarse un tiro en el pie o tantas otras que se parlotean obtusas.
El pez de petardo tiene la frivolidad como única denominación de origen. En su etiqueta observaríamos cómo la falta de originalidad y la carencia de estilo de algunos decisores se hermanan para gestionar solo el día a día y, por el contrario, omiten cualquier propósito estratégico. Cuando no es el onanismo estadístico, es la autocomplacencia la que aboca a la falta de ambición y esta desemboca en un escaso interés por la planificación; más aún si los plazos de ejecución sobrepasan un determinado mandato.
El gran reto de la periferia sur del área metropolitana es gestionar la progresión poblacional y compasarla con la dotación de nuevas infraestructuras y la generación de más servicios
En economía y en política, el cortoplacismo tiene efectos muy parecidos a la dinamita subacuática. Su detonación expulsa a la superficie asignaturas que son menospreciadas ante la evidencia de que no se podrán llevar a cabo con prontitud y que, por lo tanto, no tendrán un retorno inminente. Y no son temas baladíes, porque hablamos de la sanidad, la enseñanza, la movilidad, los transportes públicos, la producción de energía, los recursos hídricos, la seguridad, el fomento de las oportunidades para los más jóvenes y el acompañamiento al envejecimiento progresivo de la población. Todos estos capítulos piden una planificación a medio y largo plazo, con compromiso de ejecución firme y sin el escudo de los cuatrienios de mandato.
Ciertamente, esta enfermedad tan extendida hace que extrañamente se puedan abordar proyectos relevantes para la economía de un territorio. En la meridional de la demarcación de Barcelona laten el Alt Penedès y el Garraf. Ambas comarcas suman alrededor de 280.000 habitantes, que tampoco es moco de pavo. Su auge residencial hace prever que se alcanzará un crecimiento agregado del 10% en los próximos cinco años. En realidad, el gran reto de esta periferia sur del área metropolitana es gestionar la progresión poblacional y acompasarla con la dotación de nuevas infraestructuras y la generación de más servicios; como también propiciar dinámicas de actividad económica que mitiguen el batacazo de las tasas de autocontención
En el meollo del asunto encontramos los presupuestos, por supuesto. Es aquí donde demasiado a menudo, aquí y allá, la ciudadanía ha de aceptar con resignación la improbabilidad de que el estamento político pueda gobernar con solvencia y sea capaz de asignar las partidas de inversión en actuaciones perentorias. Es el caso nunca suficientemente reivindicado del hospital de Vilanova i la Geltrú y también podríamos hablar del tramo de la línea orbital del ferrocarril, entre el Garraf, el Alt Penedès y el Baix Llobregat.
Cada vez tenemos más a tocar la ficción provocativa de Saramago en su Ensayo sobre la ceguera, cuando, como aquel que va al petardo, la clase gobernante abandona la capital de madrugada y de manera subrepticia. Detrás del séquito oficial quedan barrados los accesos y las salidas de la ciudad con la intención de castigar al electorado. Imaginémonos que pudiera ser Lisboa, con el aislamiento perverso se quiere dejar sin abastecimiento a la población, que en un 83% había decidido ejercer su derecho a votar en blanco, muy al contrario de lo que requería el gobierno. No hay ninguna conspiración orquestada desde la anarquía ni instigada por células clandestinas. Sencillamente, la gente ya está harta de los abusos de poder y la inacción. Sugiero la lectura de este manual de la decrepitud política. Golpeador de verdad.