En 25 años, Barcelona ha multiplicado por siete el número de extranjeros residentes en la ciudad. Esto ha supuesto un cambio radical en la composición de su población: de una ciudad homogénea compuesta mayoritariamente por barceloneses, catalanes y gente de otras regiones españolas se ha convertido en una ciudad diversa, internacional, multilingüe, con identidad compartida. No es una mala sensación sentirse expatriado en casa; si el mestizaje mantiene la catalanidad, aporta mucha más riqueza y puestos de trabajo. Habrá que acostumbrarse a la nueva identidad urbana.
Los mejores pisos de los alrededores los compran los rusos; se nota que no viven allí porque por la noche hay alguna lucecita encendida, pero no hay vida; es solo una inversión. Casi una de cada diez compraventas de viviendas de la provincia de Barcelona, según Idescat, las hacen los extranjeros. Hacia el Parc Güell suben a cualquier hora de la mañana o de la tarde a pie, en autobús o en otros medios de transporte una riada de gente; el año pasado fueron 4,5 millones y para 2027 el ayuntamiento quiere reducir el aforo en 500.000 personas para no superar los cuatro millones: me los topo cada día al salir de casa.
Los técnicos domésticos son mayoritariamente latinoamericanos. También hay muchos en la construcción, pero se mezclan con los africanos y los asiáticos. El porcentaje de bares regentados por chinos no mengua. Bajo al supermercado y el franquiciado es surasiático. Me llaman de un call center desde cualquier lugar del mundo ofreciéndome lo que sea y el acento es internacional. Las agencias de servicios del hogar y de cuidado de personas mayores están llenas de latinoamericanos, o marroquíes; buscan trabajo y al día siguiente lo encuentran. Barberos, profesores universitarios, músicos, directivos de empresas multinacionales con sede en la ciudad, futbolistas, investigadores, nómadas digitales, organizadores de eventos, pintores, escritores… son de procedencia internacional y participan activamente en esta ciudad que hace tiempo que es cosmopolita. A veces, parece que no nos habíamos dado cuenta cuando de hecho ya vivimos en un entorno internacional.
El 26,4% de los residentes registrados en la ciudad son de otras nacionalidades, cuando en 2000 no llegaban al 5%; si tenemos en cuenta el lugar de nacimiento, esta cifra aumenta al 35,4%, según datos del Ayuntamiento. Italianos, colombianos, pakistaníes, chinos, peruanos, franceses son los grupos mayoritarios. Los catalanes no nacidos en la ciudad representan el 6,9% del global, y los procedentes de otras regiones españolas, el 13,4%; quién lo iba a decir, cuando hace un par de décadas eran mayoritarios los venidos del resto de Catalunya y del Estado.
El 26,4% de los residentes registrados en Barcelona son de otras nacionalidades, cuando en 2000 no llegaban al 5%; si tenemos en cuenta el lugar de nacimiento, la cifra aumenta al 35,4%
Más aún. Somos 1,7 millones de habitantes y el año pasado vinieron 15,6 millones de turistas; más o menos, nos tocan a diez por barba, que usan los mismos servicios de movilidad, duermen en hoteles o apartamentos, compran en las tiendas, comen en los restaurantes, toman café en los bares, visitan museos, exposiciones, usan el puerto para acceder y acabar los cruceros, pisan las calles…
Conviven cotidianamente con nosotros. Te los encuentras en los comercios, en los supermercados, en las universidades y colegios, en el cine o en el teatro, en las plazas y en los centros de ocio. Ahora, en el mismo rellano convive gente de distintas nacionalidades. Son tan barceloneses como yo, que soy de Reus y hace medio siglo que vivo aquí.
Riqueza
Esta población internacional de residentes y turistas incrementan doblemente la riqueza: aportan más del 30% de los ingresos de la ciudad; y contribuyen con un porcentaje superior de la mano de obra. Además, algo tan importante, injertan savia joven en una población precipitadamente envejecida. Esto ya no es una colonia de extranjeros: es un nodo global, un ecosistema de expatriados permanente, donde de repente te ves obligado a hablar inglés o a cenar más temprano. Algunos se lo toman como pérdida de identidad y esperan días mejores que nunca revertirán. La internacionalización de la ciudad se ha producido desde los inicios del milenio y aunque no hay proyecciones claras, si nos atenemos a la evolución actual podríamos afirmar que en 2050 la proporción de extranjeros se aproximará al 40%.
La Generalitat, la Fundació Barça y los hoteleros
Somos y seremos una población internacional en residentes y en turistas. O gestionamos este hecho sin perder la identidad o sufriremos. Mientras una parte del discurso público monopoliza el tema y lo usa como arma política contra los que trabajan por una política de acogida ordenada, solidaria y afectuosa, pensamos que hay experiencias que enseñan el camino.
Por ejemplo, la solución catalana a los jóvenes migrantes vulnerables, los mal llamados menas. La Generalitat los acoge en centros donde los integra dándoles una formación básica; la Fundació Barça selecciona a un buen número para participar en un campus de empleabilidad y contacta con sectores económicos para que los terminen de formar en especialidades: servicios de limpieza, de mantenimiento, de jardinería, de horticultura urbana, de terceros sectores y atención social / comunitaria.
En la Costa Brava, hay dos grupos hoteleros, la Fundació Jordi Comas y la Fundació Climent Guitar, que los forman en servicios de hostelería, les firman un contrato para el verano y, si funcionan, los fichan para la plantilla. ¿Saben qué porcentaje de éxito en la empleabilidad tienen estos dos grupos? Más del 95%. Saura Cooperativa ofrece contratos en prácticas y Treball i Formació, de la mano de SOC, trabajan en una línea similar. Cuando el sector público, las instituciones y las empresas privadas trabajan en una misma dirección, la integración es un hecho.
La integración de proyectos como la Fundació Jordi Comas o la Fundació Climent Guitar tienen un éxito del 95% de empleabilidad con los jóvenes migrantes vulnerables
Vivimos en una sociedad híbrida en la que los extranjeros llegan y acceden a los puestos de trabajo más bajos de la sociedad, aquellos que abandonan los nativos, y tienen que aceptar los salarios que mantienen el edificio laboral y la escala salarial. Esto es verdad, pero es difícil desmentir que unos años después pueden subir por la escala social y obtener mejores ocupaciones y salarios, y mezclarse en igualdad de condiciones con los nativos. El barrio de la Ribera adquirió vida y proyección internacional gracias a los latinoamericanos que alquilaron pequeños locales que ahora los han convertido en talleres que pilotan negocios de moda por todo el mundo.
Se pueden hacer dos cosas. O descalificar a los inmigrantes, insultarlos, ignorarlos y asociarlos a la inseguridad, la violencia, la delincuencia, las drogas, la marginalidad, que viven de las ayudas, que nos quitan el trabajo, que no quieren integrarse, que colapsan la sanidad y otras ocurrencias indemostrables. O buscar formas de convivencia que forjen una nueva identidad internacional sin perder los rasgos básicos de la propia. Esto implica defender lo propio que debe prevalecer, asumir las aportaciones exteriores y los cambios a los que nos obligan, impulsar aún más el aprendizaje de lenguas, la mediación, la multiculturalidad, y ordenar el mercado de trabajo para los extranjeros -no frenarlo-.
Cuando he vivido fuera del país, he valorado ser acogido por los nativos, que me traten ni con superioridad ni con inferioridad, y que de vez en cuando alguien me diga que hablaba muy bien su idioma. Sin actitudes como esta difícilmente aprovecharemos este bien que nos llega. Los recién llegados se han esforzado más o menos en adaptarse a convivir en un entorno muy diferente al de su casa. Las normas de convivencia deben ser claras y a nosotros no nos queda menos que actuar a la recíproca, y aprender a convivir en la diversidad, de forma que hagamos de la catalanidad una invitación y no una trinchera, integrándonos ellos y nosotros en el nuevo escenario plurinacional, aunque esto signifique sentirnos expatriados en nuestra propia casa.