¡Salvad al soldado Milei!

En la víspera de esta determinante elección de medio mandato, la gran pregunta de fondo es: ¿sigue habiendo incentivos para votar a Javier Milei?

Un serio Javier Milei durante la última cumbre del G20, en Brasil | Kay Nietfeld (dpa)
Un serio Javier Milei durante la última cumbre del G20, en Brasil | Kay Nietfeld (dpa)
Joan Queralt
Periodista y escritor
25 de Octubre de 2025 - 05:30

Mañana, domingo 26 de octubre, en pleno ecuador del mandato presidencial de Javier Gerardo Milei, Argentina afronta el gran examen del primer experimento ultraderechista civil de su historia reciente: las elecciones legislativas para la renovación de sus dos cámaras. Un escrutinio decisivo para el futuro inmediato de un proceso disruptivo de 687 días, insólito incluso para la acreditada heterodoxia política del país. Un período polémico, con un relato doble y antagónico, cruel y vergonzoso para millones de ciudadanos, sobre la sostenibilidad o no del cual votarán mañana los argentinos. En unos comicios marcados, a última hora, por las exhortaciones de Donald Trump y por la mayor y más desinhibida injerencia de Estados Unidos que se recuerda.

 

Un preámbulo electoral al límite del KO

A principios de octubre, con el naufragio de su plan económico y las arcas del Banco Central vacías de dólares, Milei llegaba extenuado a las puertas de estas elecciones, agarrado a la promesa del salvavidas que le tenía que lanzar Trump desde la cubierta de su Secretaría del Tesoro, y sacudido por todos los escándalos imaginables. ¿Qué balance político y económico podía presentar de sus 23 meses de mandato a la hora de volver a pedir el voto para renovar las cámaras y reforzar a su tropa parlamentaria? ¿Un plan económico que ha resultado un desastre sin paliativos, incapaz de sostener el esquema del dólar barato y que nunca ha contemplado un plan de desarrollo nacional? ¿El empobrecimiento de los ingresos, de la clase media y de los trabajadores? ¿Un riesgo país que llegó al triple de lo prometido y un endeudamiento que, según estimaciones, puede superar los 100.000 millones de dólares? ¿O quizás una presidencia que en ningún momento ni circunstancia ha trabajado por los intereses argentinos? Milei se había quedado sin libreto nuevo, sin más activos que un antiperonismo insuficiente para combatir la dramática realidad social que él mismo ha generado.

En las contiendas electorales, la macroeconomía suele desdibujarse y la galaxia financiera parece distante, secundaria. Lo que cuenta a la hora de votar es la micro, el humor de lo cotidiano, el poder adquisitivo y el aumento de los precios, el acceso o no a los servicios, a la salud, a la educación, el precio del combustible, del pan, la seguridad en el trabajo. Y aquí, en este espacio de vida que pertenece solo a los ciudadanos de la calle, es decir, a los votantes, a finales de septiembre Milei perdía por goleada. Incluso en la Casa Rosada, las expectativas disminuían con el paso de los días. A 21 meses de que la nave liberadora zarpara hacia la gloria de la conquista de un nuevo Imperio, el mar se había encrespado, había quedado al descubierto que el capitán que debía alcanzar El Dorado, saber, no sabía ni leer el sextante, y que el rumbo se había perdido en algún momento.

 

En oposición a la euforia impostada del relato gubernamental, los sondeos de opinión anticipaban modestas posibilidades de victoria electoral a los libertarios. Sus candidatos y cuadros, ocupados hasta entonces en disfrutar de la secreta fiscalidad y de las regalías del poder, descubrieron de golpe que no podían hacer campaña sin tener que dar explicaciones. Y, naturalmente, las explicaciones sobre los escándalos de corrupción, sobre los vínculos de José Luis Espert con el narcotráfico o sobre la agonía del plan económico no podían hacerse públicas.

Pocas semanas antes de las elecciones, todo era incertidumbre. En la calle, en el Banco Central, en La Libertad Avanza, en el macrismo, en los ministerios, en el Congreso, en la Casa Rosada y en las sedes de los gobiernos provinciales. También en Washington. La volatilidad de la política argentina impedía cualquier certidumbre o estabilidad en los días previos a los comicios y, por si fuera poco, Milei había desaparecido. En cualquier momento y en cualquier emisora, cadena o diario del país, en cualquier juzgado, podía estallar un nuevo escándalo aún peor que el anterior.

Datos y preguntas contra promesas

En la víspera de esta determinante elección de medio mandato, que en septiembre y aún más en octubre ya era mucho más que un simple sondeo para nuevos equilibrios legislativos, la gran pregunta de fondo es: ¿sigue habiendo incentivos para votar a Javier Milei?

En otras palabras: ¿es posible para el oficialismo afrontar con optimismo una elección a vida o muerte con datos como los de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH) que, a 23 días de los comicios, indicaba que la mitad de los casi 30 millones de habitantes que viven en los 31 conglomerados urbanos del país perciben menos de 13.066 pesos —poco más de 7 euros— al día para poder vivir?

¿Era mínimamente razonable que un gobierno que se autoproclama íntegro, paladín acérrimo de la libertad y de la seguridad de los ciudadanos, se presentara a estas elecciones, en un país amenazado por una colonización acelerada de los clanes del narcotráfico, con una candidatura encabezada por José Luis Espert, una figura sometida diariamente al escarnio público por sus estrechos vínculos con un narcotraficante reclamado por la justicia norteamericana?

¿Votarán a Milei aquellos que, entre diciembre de 2023 y junio de 2025, han sido víctimas principales del cierre de 18.803 empresas, a un ritmo de 30 por día?

A pesar de algunas correcciones de última hora, persisten las dudas sobre la respuesta de los ciudadanos. ¿Contará el gobierno con el voto de los 65.000 trabajadores del sector de la construcción que han perdido el trabajo entre diciembre de 2023 y junio de 2025? ¿O con el de los 11.500 expulsados de una industria textil en profunda crisis, de los 100 empleados de Magnera, de los 300 despedidos de la petroquímica PR3, de los 500 de Acindar, de los 300 de Ilva, de las 309 bajas de Kenvue (ex Johnson & Johnson), de los 25.000 despedidos de la administración pública nacional en el último año? ¿O de los de Fate, Bridgestone y de los de miles de empresas fallidas o en vías de cierre?

¿Votarán a Milei aquellos que, entre diciembre de 2023 y junio de 2025, han sido víctimas principales del cierre de 18.803 empresas, a un ritmo de 30 por día, y los que constan en las listas de los 253.728 puestos de trabajo privados perdidos, una media de 416 trabajadores al día, las peores cifras desde el retorno de la democracia hace más de 40 años? ¿Es verosímil que ellos y sus familias renueven la confianza en Milei, con lo cual pongan de nuevo en sus manos su ya exiguo poder adquisitivo y su futuro incierto?

¿Le dará el voto ese tercio de la población que ya debe más de lo que gana en tres meses y aquellos millones de hogares endeudados obligados a pagar entre el 40% y el 60% o más de sus ingresos mensuales al pago de sus deudas? ¿Seguirán el consejo del Fondo Monetario Internacional (FMI) y apoyarán el ajuste pendiente aquellos que han sido las víctimas? ¿O quizás, totalmente disociado de la realidad, Milei confía en que le apoyen los doce millones de argentinos que, según él, ha sacado de la pobreza? ¿O el más de un millón de adolescentes que votarán por primera vez este 26 de octubre?

Y después, además de los datos y las preguntas, están los errores. Inconcebibles en una campaña y aún más en un contexto de debilidad política y crisis económica. Exacerbar la represión contra los jubilados y aumentar el número de heridos, por ejemplo, y pensar que, exentos de la obligatoriedad de votar como todos los mayores de 70 años, estos cientos de miles de jubilados dejarán escapar su única oportunidad de devolverle el golpe a Milei y castigarlo después de dos años de sufrimiento y maltrato económico, físico y mental. O el error garrafal de permitir al presidente, con sus índices de popularidad en caída, presentar su último libro, La construcción del milagro, con un concierto esperpéntico que provocó la vergüenza de muchos y la inquietud de otros.

¿Qué milagro? ¿El de un plan económico que ha dilapidado, en solo 23 meses, decenas de miles de millones provenientes de préstamos, del blanqueo de capitales, de recortes sociales, de la no financiación de las provincias y de las exportaciones de cereales, y que ha necesitado dos monumentales transfusiones de sangre del FMI y de la Secretaría del Tesoro estadounidense en tan solo seis meses, no para garantizar el éxito, sino simplemente para llegar con vida a las elecciones?

Este ha sido el clima, entre otras tormentas, que ha acompañado al gobierno argentino, La Libertad Avanza, la extrema derecha argentina y los hermanos Milei en esta primavera austral que, a principios de octubre, se parecía más a unas rebajas de final de temporada que a una posible renovación legislativa. Solo otro milagro parecía entonces que pudiera permitir que Milei y los suyos resucitaran para resistir políticamente hasta el cumplimiento final de su mandato, cuando faltan dos años para las elecciones generales.

El rescate del soldado Milei y el final de la campaña

Fue entonces, como auxilio urgente al acelerado hundimiento libertario, que sonaron las trompetas anunciando la llegada del séptimo de caballería con los refuerzos del FMI y del Tesoro de Estados Unidos para salvar a Milei. Al préstamo del Fondo de 20.000 millones de dólares, concedido en abril de 2025, Scott Bessent, secretario del Tesoro, añadía ahora la promesa de otros 20.000 millones de dólares —en forma de una línea de swap de divisas con el Banco Central— y expresaba su disposición a proporcionar crédito stand-by adicional e incluso a comprar deuda del gobierno argentino.

El propósito manifiestamente político de la ayuda del FMI ya lo había anticipado la directora gerente, Kristalina Georgieva, aquel mismo mes de abril, cuando declaró públicamente en la reunión anual de primavera del organismo que el país (Argentina) celebraría elecciones en octubre y que era muy importante que no descarrilara la voluntad de cambio. “Hasta ahora no vemos que el riesgo se materialice”, añadió, “pero insto a Argentina a mantener el rumbo”. Sus declaraciones, que violaban una vez más, como los propios préstamos, los estatutos fundacionales y los principios del FMI, que prohíben la injerencia política, quedarían empequeñecidas solo seis meses después por la intervención de Bessent, inversor y administrador de fondos de alto riesgo y actual secretario del Tesoro de los Estados Unidos, atento vigilante de las dificultades de Milei, fiel aliado de Trump en América Latina.

Bastó con la promesa del rescate estadounidense para que los mercados respiraran, el dólar se calmara y los principales actores de las elecciones fueran desplazados del escenario y de los focos

La intervención estadounidense frenó de golpe las dinámicas económicas y políticas abiertas en Argentina. Paralizó la campaña electoral, el relato de unos y otros, la evolución crítica y de oposición del Congreso a los vetos y decretos del oficialismo, y los movimientos y alianzas de los gobernadores de cara a los comicios. Y detuvo, para suerte del gobierno, y solo por unos días, el inestable mercado cambiario y, con ello, el estallido de una crisis financiera y política inminente.

Bastó con la promesa del rescate estadounidense para que los mercados respiraran con alivio, el dólar se calmara y los principales actores de las elecciones —hasta entonces candidatos y dirigentes argentinos— fueran desplazados del escenario y de los focos por Donald Trump, Scott Bessent, Kristalina Georgieva y Barry Bennett, como jefes del escuadrón operativo del rescate y jefes del nuevo ministerio de Economía argentino con sede en Washington. Con Milei y Luis Caputo, ministro de Economía, en papeles secundarios. Todo quedó interrumpido, a la espera de las declaraciones oficiales de una administración extranjera.

Trump y su declaración de principios

Más allá de ratificar que la política económica —y la política— de Argentina ha pasado a depender a partir de ahora de la voluntad y las decisiones del gobierno de Donald Trump, y lejos de reducir la incertidumbre, el guion y la escenificación del apoyo de Washington han amplificado las dudas. No solo en el país.

Donald Trump recibió a Javier Milei en la Casa Blanca este mes de octubre | Europa Press
Donald Trump recibió a Javier Milei en la Casa Blanca este mes de octubre | Europa Press

Las formas del trumpismo han encendido las alarmas en el mapa geopolítico de la región, especialmente cuando, en estas mismas fechas, Trump ha autorizado a la CIA a llevar a cabo operaciones secretas en Venezuela y sus fuerzas armadas han realizado cinco ataques contra barcos sospechosos de transportar drogas en el Caribe, causando 27 muertos. Para los observadores, el carácter directo y sin rodeos de la intervención de Estados Unidos en la política doméstica argentina ha marcado un punto de inflexión no solo en la relación bilateral con este país, sino también en el mapa político regional.

Trump no solo ha comprometido recursos del Tesoro estadounidense y del FMI a favor de un candidato, sino que lo ha hecho en nombre del interés económico y geopolítico de los Estados Unidos, para reafirmar que América Latina continúa bajo su área de influencia en la geopolítica norteamericana actual.

“Esta experiencia inédita”, escribe Alfredo Zaiat en un brillante artículo publicado en El Destape doce días antes de la cita electoral, “está conformando una nueva forma de sometimiento: un ejercicio fulminante de poder del capital financiero, del FMI y de los Estados Unidos que reemplaza la voluntad democrática de una sociedad atrapada bajo la extorsión de la estabilidad cambiaria, financiera y económica. Y donde la fragilidad del gobierno de Milei, lejos de ser un accidente, es la condición necesaria para que este experimento de sumisión a los Estados Unidos de Trump se imponga".

El día siguiente y las certezas de fondo

El resultado del domingo 26 es incierto, imposible de prever en un país donde la volatilidad política es tan grande que el gobierno Milei pasó en pocos días de precipitarse en un doble default, político y económico, a vivir una “jornada histórica” para la nación, como bautizó el oficialismo argentino la reunión con Trump en la Casa Blanca el miércoles 15 de octubre.

Las incógnitas se multiplican en estas elecciones que, a pesar de ser legislativas, han adquirido carácter plebiscitario sobre el grado de aceptación del gobierno Milei y la misma figura del presidente. Habrá que ver el grado de absentismo que se puede registrar, muy elevado en los comicios provinciales anteriores; el resultado del peronismo en las provincias; y si aquellos que votaron a Milei en octubre de 2023 renovarán la confianza que le dieron, un hecho incierto dado que, según encuestas recientes, más de la mitad de sus antiguos votantes están decepcionados con su gestión.

Y tampoco son fáciles de predecir, entre otros factores, los resultados del oficialismo en Córdoba y Santa Fe, dos provincias muy importantes; la vitalidad del antiperonismo, la última carta de un oficialismo en crisis; o el impacto de la novedad que representa Provincias Unidas, un frente de varios gobernadores que intenta romper la polarización entre el peronismo y La Libertad Avanza con propuestas de orientación federal.

Según encuestas recientes, más de la mitad de los antiguos votantes de Milei están decepcionados con su gestión

La mayoría de actores implicados en la encrucijada argentina dan por hecho que Milei y La Libertad Avanza no obtendrán un gran resultado el domingo 26. De hecho, se da por seguro que volverán a perder en la provincia de Buenos Aires. Las diferencias entre el oficialismo y la oposición, si no son amplias, no cambiarán la situación general, aseguran. Mientras no haya un cataclismo que provoque una catástrofe en los mercados el 27-O, la situación se podrá controlar. La mirada se pone, más bien, en qué pasará el lunes 27, cuando algunas cosas empiecen a cambiar.

En materia de macroeconomía, el gobierno ratifica día tras día que no habrá ningún cambio en el actual esquema cambiario, si bien no especifica qué precios definirán las bandas. En un informe para sus clientes, el banco de inversiones Morgan Stanley pronosticó una escalada del dólar en Argentina después de las elecciones. Un dólar a 1.700 pesos si al gobierno le va muy bien, o un dólar por encima de los 2.000 en caso de una victoria opositora que generará más volatilidad y presiones sobre el tipo de cambio. Y en cuanto a la posibilidad de una devaluación descontrolada, aunque se ha alejado gracias a la intervención directa del Departamento del Tesoro de los Estados Unidos en el mercado cambiario local, nada asegura que no se produzca.

En manos de Trump

Si el futuro argentino está en manos de Trump, Milei no tiene más opción que la de ganar. Lo dijo y lo repitió el presidente estadounidense: “Hemos trabajado mucho con el presidente Milei. Creemos que ganará, debería ganar. Si gana, lo ayudaremos mucho. Si no gana, no perderemos el tiempo.” […] “Estamos aquí para apoyarlo de cara a las próximas elecciones. Si a Argentina le va bien, otros países la seguirán. Pero si no gana, no contará con nosotros.”

Consultado por los periodistas al final del encuentro bilateral, Trump reiteró que la ayuda económica está supeditada a la victoria del Gobierno y a la capacidad de llevar a cabo reformas estructurales: “Si no lo hacen, no estaremos aquí mucho más tiempo. Si Milei no gana, no seremos generosos con Argentina”, repitió. También Kristalina Georgieva, directora del Fondo Monetario Internacional, se sumó a las advertencias del presidente exigiendo al gobierno de los libertarios la victoria en las legislativas si quiere recibir el auxilio de sus amigos norteamericanos.

El problema es que nadie sabe, probablemente ni él mismo, cómo medirá Trump qué será un triunfo o una derrota. ¿Cinco puntos? ¿Diez puntos? Por supuesto, una derrota sin paliativos de LLA, como la de septiembre en las elecciones en la provincia de Buenos Aires, provocaría un cataclismo si Trump cumpliera sus amenazas. Pero es difícil, más allá de lo imprevisible que es el presidente de EE. UU., que esto pase.

La Argentina de Milei constituye una oportunidad excepcional para los intereses económicos y geopolíticos de Trump, para los aires expansionistas que soplan en el país del norte y para la guerra comercial con China. Y cuesta creer que, dada la fijación de Trump de no permitir la llegada del peronismo al poder, y con los antecedentes de Lula en Brasil, Gustavo Petro en Colombia, Yamandú Orsi en Uruguay, Claudia Sheinbaum en México, Nicolás Maduro en Venezuela y Gabriel Boric en Chile, que la administración norteamericana pueda dejar de lado a su principal aliado en la región considerada históricamente el patio trasero de EEUU. Como tampoco se puede permitir, en su condición de líder de la ofensiva conservadora mundial, compartir el fracaso de Milei, líder del primer experimento de extrema derecha civil en la combativa República Argentina.

Resulta evidente que, con sus decisiones de política económica, Estados Unidos quiere seguir influyendo directamente en el gabinete argentino a partir del 27 de octubre

Resulta evidente que, con sus decisiones de política económica, Estados Unidos quiere seguir influyendo directamente en el gabinete argentino a partir del lunes 27 de octubre. Interviniendo en los cambios del Ejecutivo, en la continuidad de las políticas de ajuste, en la apertura y ampliación de consensos políticos que se impondrán a Milei tras los resultados del domingo y, aún más importante, en las operaciones económicas que deberán agilizarse de manera inmediata en diversos ámbitos, como las privatizaciones en el campo de las hidroeléctricas, y muy especialmente en el de las empresas de energía nuclear, un sector prioritario a los ojos de la administración Trump.

Lo dejó caer el lobista y enviado especial de Trump en Argentina, Barry Bennet, en una de las muchas reuniones con Caputo: “Washington está entusiasmado con las oportunidades de Argentina: tecnología, datos, uranio, centrales nucleares… Es el comienzo de algo muy grande. Dios ha bendecido a Argentina con recursos: litio, uranio, gas, petróleo, energía hidroeléctrica. En Estados Unidos nos encantaría tener todo eso”. Añadan a la lista las infraestructuras, la logística, los observatorios astronómicos, las bases, el control de las hidrovías…

Miopías, pesadillas y más sacrificios

Por parte argentina, Milei insiste en que el apoyo que le prometió Trump no está condicionado a que su partido gane las elecciones legislativas. “Eso es un plus adicional”, asegura; lo que está “diciendo a los argentinos es: id por este camino”. Y como principal activo de su futuro programa añade: “Mientras yo sea presidente, el apoyo lo tenemos”.

Una vez más, Milei está más pendiente de Washington que de lo que sucede en el país y de lo que piensa la sociedad argentina. Si lo hiciera, sabría que la mayoría social ya no es capaz de imaginar dos años más de su política de ajustes, de crueldad estatal, de destrucción de la economía, de golpes a los jubilados y discapacitados, de abandono de los enfermos, la educación, la ciencia. Dos años más de tratamiento ultraderechista, el organismo argentino no lo resistiría. Su proyecto de acabar con el Estado no se ha podido cumplir, de momento, pero los destrozos institucionales y de recursos de todo tipo han sido numerosos. En la percepción ciudadana, se ha retrocedido. Antes de Milei, lamentan, había corrupción en la obra pública, sin duda. Pero la obra pública, la carretera, la escuela, el consultorio, se hacían, la infraestructura quedaba. Con Milei no hay obra pública, pero se sigue robando.

El presidente argentino, Javier Milei, durante la presentación de su libro 'Capitalismo, socialismo y la trampa neoclásica' | EP
El presidente argentino, Javier Milei, durante la presentación de su libro 'Capitalismo, socialismo y la trampa neoclásica' | Europa Press

Nadie quiere ni puede seguir dos años más de motosierra, sobre todo cuando es de dominio público que las llamadas “reformas de segunda generación”, que incluyen un paquete de medidas económicas basado en una reforma laboral y otra tributaria, ya están en marcha. Son calificadas de urgentes e imprescindibles para dinamizar la microeconomía, ganar competitividad y transformar un marco jurídico que consideran obsoleto para impulsar el sector privado. Un cambio de modelo económico que tiene como eje vertebrador la reforma laboral que planea Milei y exige el FMI, y cuyo principal objetivo es, según Caputo, alcanzar un sistema más ágil y más dinámico y que, fundamentalmente, acabe con la “industria del juicio”. En definitiva, un nuevo giro de tuerca al potro del ajuste salvaje aplicado por el gobierno libertario durante los dos últimos años. Menos derechos para los trabajadores, más desregulaciones, mayores libertades a la hora de pactar contratos laborales, más flexibilidad y ventajas para los empresarios y, entre otras medidas, un sistema de banco de horas que facilite responder a las demandas estacionales o temporales y sustituya el pago de horas extras a los trabajadores.

El cambio de gabinete después de las elecciones es un hecho. El canciller Gerardo Werthein no ha esperado hasta el lunes 27 para abandonar la nave. Presentó su renuncia el miércoles pasado, molesto por las acusaciones de Santiago Caputo y su tropa de trols, que lo responsabilizan de la humillación sufrida por Milei y la delegación argentina en su reunión con Trump. Tampoco continuarán Patricia Bullrich, actual ministra de Seguridad, y Luis Petri, ministro de Defensa, que pasarán a ocupar escaño en el Congreso. En cuanto a Guillermo Francos, jefe del Gabinete de ministros, los rumores son contradictorios.

¿Cuál será el papel de Karina Milei, la todopoderosa hermana del presidente y actual secretaria general de la Presidencia en la nueva composición?

Mientras algunas fuentes rebajan su valor en la bolsa por ser demasiado amigo de los chinos y estar enfrentado al asesor Santiago Caputo, otros lo mencionan como probable sucesor de Werthein al frente de Relaciones Exteriores. Una elección muy improbable, dadas sus pésimas relaciones con algunos altos funcionarios del Ejecutivo estadounidense. Por el contrario, nadie discute sobre el ascenso de Santiago Caputo, el monje negro de Milei, enfrentado a su vez con Karina, que pasará a ser uno de los hombres fuertes del próximo gobierno y la bisagra entre el poder argentino y los intereses estadounidenses. Un premio a su papel fundamental de estas últimas semanas, codo a codo con Barry Bennett, el enviado de Trump a Buenos Aires, en la estrategia estadounidense de asegurar a Milei una mayor gobernabilidad a través de la recuperación de las alianzas perdidas en el Congreso y en las sedes de los gobiernos provinciales. Tampoco se da por segura la continuidad del ministro de Economía, Luis Caputo, que podría ser sustituido por Federico Sturzenegger, ministro de Desregulación y Transformación del Estado, ni la del ministro de Justicia, el siempre discutido y polémico abogado Cúneo Libarona.

¿Y Karina Milei? ¿Cuál será el papel de la todopoderosa hermana del presidente y actual secretaria general de la Presidencia en la nueva composición que se formará a partir del lunes 27 de octubre? Sin duda, el problema más difícil y espinoso que deberá afrontar en los próximos días o semanas el presidente argentino, obligado a atender una exigencia reiterada desde múltiples ámbitos: desde el interior de LLA, su propio partido, hasta Mauricio Macri como portavoz de un sector del empresariado argentino, y también por parte del FMI y de los responsables del gobierno Trump. Un dilema no solo político, sino personal, dada la relación simbiótica de los dos hermanos, que probablemente se resolverá mediante una reconfiguración de sus funciones dentro del sistema de poder libertario. En cualquier caso, un nuevo escenario en el que, en la privacidad del poder real, los hermanos Milei verán disminuidas su potestad y sus teorías de laboratorio en favor de un nuevo modelo, siempre colonial, con más garantías de gobernanza, consensos y sostenibilidad.

Certezas en el caos

La primera certeza es que la ayuda proveniente del Tesoro estadounidense no resolverá los problemas estructurales de la economía real argentina, ni mejorará la vida de millones de argentinos ni su maltrecho poder adquisitivo. No hay ningún swap ni préstamo que reduzca el paro, solucione la precarización del trabajo y de los salarios, el aumento de la inflación o la pérdida del poder adquisitivo de los jubilados y pensionistas. Entre otras razones porque la bombona de oxígeno del Tesoro estadounidense solo atiende la asfixia en el lodazal financiero. Lo corroboró el ministro Caputo en una entrevista al canal La Nación +, donde aclaró que el Gobierno no tomará medidas concretas para mejorar la rentabilidad de las empresas ni los ingresos de las familias: “Nosotros arreglamos la macroeconomía. Después, las oportunidades micro las tiene que decidir el sector privado”.

La segunda certeza, aquella que en realidad explica y da sentido a la montaña rusa de acontecimientos vividos el último mes en Argentina, es que después de las elecciones de este domingo continuará y se intensificará, contra toda esperanza, el ajuste social iniciado por Milei tras su victoria a finales de 2023. Y se acentuará el asalto al territorio, a los recursos y a las debilidades argentinas como elementos de la geopolítica regional diseñada por la administración Trump, además de la exclusión progresiva de los intereses chinos, el segundo socio comercial de Argentina.

Trámites privados para un rescate del país

El préstamo del Fondo, que no cumple con los estándares crediticios del FMI, viola sus propios estatutos y ha despertado una fuerte oposición en su directorio ejecutivo --si se suma a los préstamos preexistentes a Argentina, absorberá más del 40% del total de préstamos del organismo financiero--, esconde un cúmulo de irregularidades —y huellas— que asoman por todas partes en los 20.000 millones de dólares del FMI, así como en los otros 20.000 millones anunciados por Bessent. Anomalías que alimentan las sospechas de múltiples negocios privados alrededor de la operación de rescate.

El Premio Nobel Paul Krugman lo ha descrito como un bailout —un salvavidas financiero— no solo para el controvertido gobierno del presidente Milei sino también para las apuestas fallidas de los aliados de Bessent en el mundo de los fondos de cobertura (hedge funds). El comentarista económico Matthew Klein recuerda el carácter de estafa que define el esquema de este tipo de ayudas, señalando que “cuando entidades como el FMI o ahora el Tesoro de los EE. UU. prestan dinero al gobierno argentino, los fondos ‘fluyen inmediatamente hacia fuera’ mediante una fuga de capitales. Los inversores —tanto domésticos como extranjeros— aprovechan el apuntalamiento artificial (propping up) del peso para vender activos a precios inflados, solo para que la moneda colapse nuevamente”. Esto, como explica el propio Krugman, convierte el dinero de los contribuyentes estadounidenses en un puente temporal que enriquece a los especuladores.

En EE. UU. se preguntan por qué el secretario del Tesoro dedica tanto tiempo a Argentina, que ocupa el trigésimo quinto lugar en su lista de relaciones comerciales

En EE. UU. se preguntan por qué el secretario del Tesoro, representante de una nación que, a pesar de su declive, sigue siendo una gran potencia, dedica tanto tiempo a un país, Argentina, que ocupa el trigésimo quinto lugar en su lista de relaciones comerciales. Una pregunta que, para muchos, incluido Paul Krugman, solo se puede responder desde la perspectiva de los intereses espurios. Es decir, desde los esquemas especulativos donde se mueven Bessent, Caputo y sus amigos de JP Morgan, y los fondos que especulan con los bonos argentinos, principalmente BlackRock, Pimco, Fidelity Investments, JP Morgan Asset Management y Discovery Capital Management LLC, propiedad de Robert Citrone, el multimillonario de fondos de cobertura y socio de Bessent en Wall Street que instó al secretario a intervenir y que compró activos argentinos justo antes del anuncio del rescate.

“Si Citrone no aprovecha este préstamo defendido por los contribuyentes para sacar su dinero y marcharse, es un idiota”, ha sentenciado Krugman, quien ha recordado que Argentina quema miles de millones en reservas para defender el peso mientras “todo el mundo corre hacia las salidas”. La idea de que la parte más evidente de estos tratos representa la injerencia electoral y la trampa del endeudamiento en dólares, y que la parte menos visible es la mecánica del saqueo, no desaparece de las noticias ni de los comentarios a ambos lados del Atlántico.

También por la presencia de personajes enigmáticos como Soledad Cedro, ex periodista argentina establecida en Miami y CEO de la Conferencia Política de Acción Conservadora (CPAC), lobista al servicio de intereses vinculados a la extrema derecha norteamericana y argentina, y el empresario y ex espía Leonardo Scatturice, propietario de la compañía aérea Flybondi, ligado al Partido Republicano de los Estados Unidos y al entorno de Trump. Un círculo de actores cuyos movimientos en el actual proceso de rescate, según el politólogo Sabino Vaca Narvaja, antiguo embajador argentino en China, deberían ser investigados.

Entre las caceroladas de los afectados del Hospital Garrahan, los insultos a los dirigentes de LLA en prácticamente todos los actos de campaña y los reiterados tuits de Bessent, Argentina entra en la vigilia de su Día D. Con un tuit final de campaña de Bessent, el funcionario del gobierno Trump que parece cumplir la triple función de secretario del Tesoro, portavoz y secretario de Estado, que, dirigido a los votantes argentinos y con múltiples mayúsculas, muestra su clara voluntad de normalizar la injerencia estadounidense y dictar el voto: “El presidente Trump está liderando el camino en el Hemisferio Occidental y nuestra Administración apoya los actuales planes de reforma del presidente Milei y su prudente estrategia fiscal para hacer que Argentina vuelva a ser grande”.

Como aseguró Milei días atrás, “a los argentinos les saldrán los dólares por las orejas”. Palabra de Milei.