
Érase una vez -y aún ahora- cuando a los lados de las carreteras del Penedès, en medio de aquellos parajes infinitos de viñas educadas y junto a algunas masías, nos llamaban la atención con carteles en los que se leía: “Aquí vendemos vino”. Los conductores recibíamos una información así de lacónica. No seducían mucho aquellos panfletos de apariencia rústica y de argumento rancio. De hecho, raramente se podía ver a alguien que se detuviera.
La indiferencia de los transeúntes cambió cuando un campesino más astuto completó la leyenda del letrero con la misma rusticidad de antes, pero con una dosis elemental de ingenio: “Aquí vendemos vino bueno”. A diferencia de aquellos otros que sólo vendían vino y ya, el patio del caserón se llenaba de vehículos atraídos por las sugerentes cualidades del vino. Se anunciaba que era bueno. Parecía convincente, pero, sobre todo, era un mensaje diferente, singular.
Quién sabe si el episodio del vino bueno supuso la llegada del marketing más primigenio al Gran Penedès. El caso es que hoy en día se hacen vinos excelentes, aunque la denominación no parece pasar por los mejores momentos si tenemos en cuenta su presencia discreta en las cartas de los restaurantes de todo el país. Cuestión de estrategias, quizás.
No hace mucho comentábamos con otro escribiente habitual de VIA Empresa que no era fácil hablar del sector vitivinícola sin desnudarse de los tabúes e incurrir en tópicos. Desde fuera no se puede entender y desde dentro todo parece demasiado turbio, como una pecera con los cristales sucios y tetra neones somnolientos. Manda la prudencia y no me meteré, que tiene la piel muy fina, la gente de los racimos.
A la salida de un acto de entrega de premios a los mejores vinos catalanes, un grupo de periodistas se reunió alrededor de un viticultor de prestigio que había acaparado buena parte de los galardones de aquella edición. Alguien le preguntó: “Dígame, por favor, ¿cuál es el secreto de un buen cava?”. Sin pensarlo mucho y con la mayor firmeza, el bodeguero respondió: “La clave del producto es la uva”.
El Penedès es tierra de buenos vinos y os animo a descubrir los deleites que suscitan un xarel·lo o una malvasía de Sitges, entre otras variedades residentes
Tanto es así que otro elaborador de espumosos me avisaba de que, con la tecnificación de los procesos, lo que resultaba difícil de verdad era hacerlo mal. “Todos lo hacemos igual”. La diferencia es la uva. “L’important c’est la rose”, según Becaud. Otra cosa es la fiabilidad del producto, otra es la estructura del negocio y, aún otra, la gestión de marca y el posicionamiento en los mercados. Del precio de la uva no hablamos; aunque de veras que habría que hacerlo.
Con tono más prosaico y de perfil fenicio, otro cavista de grandes tiradas me revelaba que más allá de la liturgia y la poética del producto había que preservar la factoría y la continuidad de la empresa: “... mientras unos elaboran, los otros fabricamos”. La tecnificación ya es pasado. El presente obligado es la robótica. Todo ello nos da pistas de cómo está el sector.
Aun así, proclamo que el Penedès es tierra de buenos vinos y os animo a descubrir los deleites que suscitan un xarel·lo o una malvasía de Sitges, entre otras variedades residentes que despiertan todos los sentidos.
Los vinos lo valen y la creciente actividad del enoturismo en el Penedès es el mejor indicio de un sector testarudo a la hora de perseverar en sus orígenes y atraer el interés de los visitantes. En pocos años se ha pasado de la nada al mucho más. Ya no se pretexta que nos detengamos a comprar vino bueno; ahora se propone que disfrutes del contexto y sintonices con el entorno y la tradición, entre las hileras de viñas y las barricas de roble francés o las grandes tinas de inoxidables y los giropalets, que la modernidad también pide paso.
Si salís de la C15 o de la N340 y os atrevéis por cualquiera de las opciones que nos da la telaraña de carreteras estrechas que unen la cincuentena de poblaciones del Penedès os adentraréis en una diversidad de paisajes que huelen a trabajo bien hecho y trasudan la maestría de tantas sagas que han escrito la historia de cada uno de los lugares. Si tenéis suerte, dejaos llevar por el rastro de un tractor y no os perderéis nunca del todo.
No encontraréis ningún otro territorio como el del Penedès para revolcarse en una tierra de vinos de diferentes alturas y perspectivas, como las viñas balconadas al mar en el caso del Garraf o las que besan las alturas de más arriba. La tarea que lleva a cabo el consorcio Enoturisme Penedès desde hace muchas añadas ha alcanzado un punto de madurez y finalmente ha sintonizado con los elaboradores, que han aprendido el oficio de enseñar el trozo y explicar aquello que saben hacer. No ha sido nada fácil la didáctica y seguramente también ha contribuido la Escola d’Enoturisme de Catalunya, con sede en Vilafranca del Penedès, y la Escola de Viticultura i Enologia Mercè Rossell i Domènech, que se encuentra en Sant Sadurní d’Anoia.
La tarea que lleva a cabo el consorcio Enoturisme Penedès desde hace muchas añadas ha alcanzado un punto de madurez y finalmente ha sintonizado con los elaboradores
Las generaciones herederas de las sagas hoy interpretan la cultura del vino y a la vez tienen academia de empresa. Aquel marketing de campesino ha derivado en otra manera de entender el negocio, sin la cual las parcelas de cepas darían paso, más pronto que tarde, a los prismas hormigonados y acribillados por placas solares con regusto de tempestad y relámpagos.
El sector del vino en el Penedès y, por extensión, en Cataluña es un modelo de adaptación a los nuevos tiempos y las nuevas tendencias en el consumo; tanto o más, a las reglas de juego impuestas por los aparatos inquisitoriales. La apuesta por los vinos ecológicos es consecuente, como resultado de una atención egregia por la sostenibilidad y el mejor de los maridajes: el vino y el medio natural.