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El impacto del riesgo de cambio: cómo la divisa puede transformar unos resultados empresariales

El beneficio real no se mide solo en la cuenta de resultados, sino en la moneda en la que finalmente llega al accionista

El presidente del BBVA, Carlos Torres, durante la Junta General de Accionistas 2025 del banco | Europa Press
El presidente del BBVA, Carlos Torres, durante la Junta General de Accionistas 2025 del banco | Europa Press
Santiago Tiana | VIA Empresa
Consultor sénior independiente de estrategia y operaciones
03 de Septiembre de 2025 - 05:30

En un mundo empresarial cada vez más global, los números nunca hablan por sí solos. Una compañía puede mostrar beneficios crecientes en sus mercados internacionales y, aun así, comprobar cómo esos resultados se reducen de forma inesperada al trasladarlos a su contabilidad principal. La causa no está en la gestión operativa ni en la estrategia comercial, sino en un factor tan invisible como decisivo: el riesgo de cambio.

 

Las fluctuaciones en los tipos de cambio son mucho más que un ajuste contable. En realidad, actúan como un filtro que mide la solidez de cada economía, la confianza de los inversores y la estabilidad de sus instituciones. Una variación en la moneda local puede transformar un resultado excelente en un rendimiento mediocre, y esa incertidumbre es lo que convierte al riesgo de cambio en un desafío permanente para cualquier empresa con operaciones internacionales.

Por eso, más allá de producir, vender o financiarse, toda compañía global debe aprender a convivir con este riesgo. No se elimina: se asume, se gestiona y, en última instancia, se paga.

 

El riesgo de cambio surge siempre que una empresa opera en distintas monedas. No se trata únicamente de un ajuste contable al consolidar resultados, sino de una fuente de incertidumbre que puede alterar la percepción del valor real de una compañía. En términos generales, se manifiesta en las transacciones puntuales que deben liquidarse en divisas distintas; en la conversión de los estados financieros de filiales internacionales, y en la propia competitividad de la empresa, cuando los movimientos en el tipo de cambio modifican su posición frente a competidores globales.

El riesgo de cambio surge siempre que una empresa opera en distintas monedas (...) Cada oscilación en los mercados de divisas es una variable más en la ecuación de la rentabilidad

Más allá de estas manifestaciones técnicas, lo esencial es entender que el riesgo de cambio actúa como un recordatorio permanente de que el beneficio no depende solo de la actividad empresarial, sino también de un entorno financiero y monetario en constante movimiento. Cada oscilación en los mercados de divisas es una variable más en la ecuación de la rentabilidad.

En última instancia, el riesgo de cambio no es un fenómeno aislado: está íntimamente ligado a la percepción de estabilidad económica de cada país. Las monedas actúan como un espejo que refleja inflación, política monetaria, solvencia fiscal o incertidumbre regulatoria. Por eso, el riesgo de cambio rara vez viaja solo: suele ir acompañado del llamado riesgo país, que amplifica su impacto y condiciona la capacidad de cualquier empresa para preservar el valor de sus resultados internacionales.

Una diversidad de factores clave

El riesgo país abarca un conjunto de variables que van mucho más allá del tipo de cambio. Factores como la trayectoria de la inflación, el nivel y la orientación de los tipos de interés, la fortaleza del sistema financiero, los niveles de deuda pública y privada o la solidez de las instituciones forman parte de este concepto. En definitiva, es la suma de elementos que determinan la estabilidad de una economía y, en consecuencia, la confianza que despierta su moneda.

Cuando alguno de estos pilares se debilita, la reacción de los mercados es inmediata. Los inversores ajustan su percepción y trasladan esa desconfianza a la divisa, que suele depreciarse con rapidez. Ese movimiento no solo afecta a la competitividad exterior, también encarece las importaciones, reduce el poder adquisitivo interno y recorta el valor real de los beneficios que las empresas internacionales logran en ese país.

Jerome Powell es el presidente de la Reserva Federal (Fed) norteamericana | Europa Press
Jerome Powell es el presidente de la Reserva Federal (Fed) norteamericana | Europa Press

De esta forma, riesgo país y riesgo de cambio aparecen íntimamente vinculados. No es casualidad que las divisas más volátiles suelan corresponder a economías con políticas monetarias menos predecibles, entornos regulatorios más frágiles o tensiones políticas internas. Para cualquier empresa internacional, el análisis de un mercado no puede limitarse al tamaño de la demanda o al potencial de crecimiento: debe integrar también la lectura de estos factores macroeconómicos que, a través de la divisa, impactan directamente en la cuenta de resultados.

En los últimos meses, la relación euro–dólar se ha movido en torno a 1,16, sostenida en parte por el diferencial de tipos entre una Reserva Federal (Fed) que mantiene su rango en el 4,25-4,50% y un Banco Central Europeo (BCE) ya en niveles del 2%. Sin embargo, conviene recordar que ni siquiera la primera economía del mundo está exenta de riesgo cambiario: en la primera mitad de 2025, el dólar llegó a perder cerca de un 11% de su valor en los mercados internacionales, la mayor caída en medio siglo. Lo singular en este caso es que la devaluación no se percibe como fruto de una debilidad estructural, sino como el resultado de decisiones políticas que han cuestionado la independencia de la Fed y generado incertidumbre sobre la orientación económica. Una muestra más de que el riesgo de cambio nunca desaparece, aunque en algunas economías pueda parecer que se utiliza de manera deliberada.

México, Turquía y Argentina: tres tipos de riesgo

México, por su parte, ha mostrado una sorprendente resiliencia. Con tipos de interés todavía elevados (7,75%), Banxico ha logrado sostener la confianza en el peso y atraer capitales en busca de rentabilidad. Eso ha permitido a la moneda mantenerse estable frente al dólar, incluso apreciarse en determinados momentos. Pero esta fortaleza coyuntural no debe ocultar que el país sigue siendo un mercado emergente, expuesto a la evolución de Estados Unidos y a tensiones políticas internas. Su historia cambiaria demuestra que los periodos de estabilidad pueden ceder rápidamente a episodios de fuerte volatilidad.

Turquía representa el reverso de la moneda. Con una tasa de referencia superior al 40%, cabría esperar un sostén claro de la lira. Sin embargo, la divisa se ha depreciado más de un 20% en el último año. El motivo es evidente: la falta de credibilidad en la política económica y una inflación que sigue superando el 30% anual. En este caso, los tipos no son un ancla, sino un síntoma de desconfianza estructural.

Para las empresas internacionales, Argentina representa el recordatorio más claro de cómo riesgo país y riesgo de cambio convergen en una misma amenaza

Argentina es, quizá, el ejemplo más extremo. El peso argentino sufre una depreciación crónica, combinada con controles cambiarios y restricciones a la repatriación de dividendos. Aunque el banco central mantiene la tasa de política monetaria por encima del 40%, esa cifra refleja más la magnitud de la inflación, en niveles de dos dígitos muy elevados, que una verdadera capacidad de sostener la divisa. Aquí el riesgo de cambio se mezcla con el riesgo regulatorio y político, hasta el punto de que los beneficios generados en el mercado local pueden quedarse atrapados sin poder convertirse en divisas fuertes. Para las empresas internacionales, Argentina representa el recordatorio más claro de cómo riesgo país y riesgo de cambio convergen en una misma amenaza.

Los tipos de interés actúan como un imán para los capitales internacionales. Cuanto más elevados son, más atractiva resulta la moneda a corto plazo. Pero esta relación no siempre se sostiene en el tiempo. En Europa y Estados Unidos, el diferencial de tipos ha jugado un papel relevante en los movimientos recientes del euro–dólar, aunque siempre matizado por la credibilidad de los bancos centrales y la expectativa de inflación.

En México, la combinación de tipos altos y una política monetaria ortodoxa ha respaldado al peso, pero no debe interpretarse como garantía de estabilidad estructural. El llamado riesgo Trump, con sus amenazas recurrentes a la relación comercial entre ambos países, añade un factor de incertidumbre que puede alterar de forma abrupta el equilibrio actual. En Turquía, los tipos extraordinariamente altos conviven con una moneda que sigue depreciándose, porque la desconfianza institucional pesa más que el atractivo financiero. Y en Argentina, las tasas elevadas no compensan una inflación desbordada ni unas restricciones que limitan cualquier flujo de capital, a lo que se suma la sombra permanente del impago (default), una posibilidad nada teórica en un país que ya ha atravesado episodios de impago en repetidas ocasiones.

La conclusión es que los tipos de interés determinan el precio de la cobertura, pero no aseguran la fortaleza de la divisa. Para entender el verdadero riesgo de cambio, es imprescindible mirar más allá de los últimos meses y analizar la trayectoria histórica y el marco macroeconómico de cada país.

Si el riesgo de cambio no se puede eliminar, la única alternativa es gestionarlo. Los contratos a plazo, las opciones o los intercambios (swaps) permiten fijar de antemano el valor de una divisa o limitar la exposición a sus oscilaciones. Pero ese seguro no es gratuito: su coste se deriva directamente del diferencial de tipos de interés y de la volatilidad esperada.

BBVA, un caso paradigmático 

En las monedas de países emergentes, donde esos diferenciales son amplios y la volatilidad elevada, cubrirse resulta caro. Ninguna empresa puede asumir de manera indefinida una cobertura total, porque esa protección acabaría devorando la rentabilidad. Lo que se hace es gestionar parcialmente el riesgo, suavizar los extremos y decidir en qué medida conviene pagar por reducir la incertidumbre. En este punto, el riesgo de cambio deja de ser un problema técnico para convertirse en una decisión estratégica.

El riesgo de cambio es una realidad inevitable para cualquier empresa internacional. Puede atenuarse o trasladarse a instrumentos financieros, pero nunca desaparecer. En divisas fuertes, su gestión es un ajuste; en monedas frágiles, se convierte en un factor que condiciona la rentabilidad misma del negocio.

El peso mexicano y la lira turca muestran que la foto de corto plazo no basta: lo que hoy parece fortaleza puede desvanecerse en cuestión de meses, y lo que parece un alto rendimiento puede esconder un riesgo estructural. El peso argentino, por su parte, demuestra hasta qué punto el riesgo país y el riesgo de cambio pueden hacer irrelevante un beneficio contable.

La pregunta esencial no es cuánto gana una empresa en sus mercados internacionales, sino en qué moneda lo gana y qué capacidad real tiene de repatriar esos resultados. El beneficio verdadero no se mide en la divisa local, sino en la que finalmente llega al accionista. En finanzas, el riesgo no se elimina: se asume, se gestiona y, tarde o temprano, se paga.

La semana pasada, BBVA anunció que una parte relevante de los dividendos generados en sus filiales de México, Turquía y Argentina podría verse condicionada por la evolución de las divisas y por las restricciones propias de cada mercado. Es un recordatorio contundente de que el riesgo de cambio no es un concepto teórico, sino un factor que afecta de forma directa a la capacidad de repartir beneficios. Para los accionistas, la lección es clara: no basta con fijarse en el resultado neto declarado, hay que mirar el mapa de divisas que lo sostiene. Y si lo que se busca es tener el riesgo bien identificado, gestionable y bajo control, la mejor opción sigue siendo invertir en el propio mercado, donde conocemos las reglas del juego y no dependemos de sucedáneos con divisas inestables.