• Economía
  • Perspectivas 2026: lo que ya sabemos de la economía

Perspectivas 2026: lo que ya sabemos de la economía

El próximo año no se presenta como un ejercicio dominado por grandes incógnitas, sino como la continuación de tendencias ya visibles a lo largo de 2024 y 2025

El Port de Barcelona durante el otoño de 2025 | iStock
El Port de Barcelona durante el otoño de 2025 | iStock
Santiago Tiana | VIA Empresa
Consultor sénior independiente de estrategia y operaciones
25 de Diciembre de 2025 - 04:55

Tras varios años marcados por shocks sucesivos, pandemia, crisis energética, tensiones geopolíticas y el ciclo más intenso de subidas de tipos de interés en décadas, la economía global ha entrado en una fase distinta. No exenta de riesgos, pero sí más previsible. El paso del shock a la normalización define mejor que ninguna otra expresión el punto de partida con el que se encara 2026.

 

A diferencia de otros momentos de transición, el próximo año no se presenta como un ejercicio dominado por grandes incógnitas, sino como la continuación de tendencias ya visibles a lo largo de 2024 y 2025. La inflación ha retrocedido de forma significativa; los bancos centrales han culminado, o están muy cerca de culminar, sus ciclos de endurecimiento monetario; y el crecimiento económico, aunque más moderado, ha demostrado una resiliencia mayor de la esperada.

En este contexto, hablar de “perspectivas” no debería interpretarse como un ejercicio de predicción audaz ni de toma de posiciones arriesgadas. Se trata, más bien, de revisar qué ha ocurrido, qué elementos cuentan hoy con un amplio consenso y qué escenarios están siendo razonablemente descontados por empresas, familias e instituciones.

 

El contexto global: crecimiento más bajo, pero más estable

Si hablamos de perspectivas globales, conviene no olvidarse de Estados Unidos. La economía norteamericana ha vuelto a demostrar una notable capacidad de adaptación. Pese al fuerte endurecimiento de las condiciones financieras iniciado en 2022, el crecimiento se ha mantenido en terreno positivo y el mercado laboral ha mostrado una solidez suficiente para sostener el consumo y evitar una recesión profunda.

Jerome Powell es el presidente de la Reserva Federal (Fed) norteamericana | Europa Press
Jerome Powell es el presidente de la Reserva Federal (Fed) norteamericana | Europa Press

El proceso de desinflación ha avanzado de forma clara, aunque con cierta resistencia en los servicios. La Reserva Federal (Fed) ha logrado, hasta ahora, un aterrizaje suave de la economía. A lo largo de 2024 y 2025, los tipos de interés comenzaron a descender desde sus máximos, aunque sin regresar a los niveles ultraexpansivos del pasado.

De cara a 2026, el consenso apunta a un crecimiento moderado, inferior a las medias históricas de largo plazo, pero compatible con una economía en expansión. Los tipos de interés reales previsiblemente se mantendrán en terreno positivo, lo cual reflejará un nuevo equilibrio más elevado que el de la década posterior a la crisis financiera global. Este cambio responde a factores estructurales: un mayor gasto público, tensiones demográficas en el mercado laboral y una prima por riesgo asociada a un entorno geopolítico más fragmentado.

Europa: crecimiento contenido y política monetaria prudente

En la eurozona, el proceso ha sido similar en dirección, aunque distinto en intensidad. El Banco Central Europeo (BCE) inició más tarde el ciclo de subidas de tipos y también ha sido más gradual en su reversión. La inflación ha convergido hacia el entorno del 2%, apoyada en la normalización de los precios energéticos y la desaparición de los cuellos de botella en las cadenas de suministro.

El escenario más compartido para 2026 en Europa es el de una recuperación cíclica gradual, con tasas modestas pero positivas

El crecimiento europeo ha sido más débil que el estadounidense, condicionado por la fragilidad de la demanda industrial y por un entorno exterior menos favorable. Para 2026, el escenario más compartido es el de una recuperación cíclica gradual, con tasas modestas pero positivas. La política monetaria seguirá siendo menos restrictiva que en los años anteriores, aunque sin adoptar un tono claramente expansivo.

El papel de la política fiscal y de la inversión pública es clave en este contexto. El despliegue de los fondos europeos y el aumento del gasto en defensa e infraestructuras están actuando como amortiguadores frente a la debilidad del entorno exterior.

Tipos de interés: un cambio de régimen

Tanto en Estados Unidos como en Europa, el mensaje es claro: los tipos de interés han cambiado de régimen. El prolongado periodo de tipos cercanos a cero respondió a una combinación muy concreta de factores, crisis financiera, bajo crecimiento e inflación contenida, que difícilmente se repetirá en los mismos términos.

En este contexto, la última decisión del BCE refuerza esta lectura de cambio de régimen. En su reunión de la semana pasada, el BCE mantuvo los tipos de interés en el 2% por cuarta vez consecutiva, dando por controlada la inflación, pero dejando explícitamente abiertas todas las opciones de cara a las próximas reuniones.

El año que viene los tipos ya no actuarán como un freno significativo al crecimiento, pero tampoco como un estímulo extraordinario

Como señaló su presidenta, Christine Lagarde, la institución seguirá aplicando “un enfoque dependiente de los datos, reunión a reunión”, en función de la evolución de la economía. El propio BCE ha revisado ligeramente al alza sus previsiones de inflación para 2026 y ha mejorado las perspectivas de crecimiento, especialmente por el mayor empuje de la demanda interna, en un contexto en el que desde el Consejo de Gobierno se ha dejado entrever que la próxima medida “no tiene por qué ser necesariamente una bajada”.

En el escenario que se perfila para 2026, los tipos ya no actúan como un freno significativo al crecimiento, pero tampoco como un estímulo extraordinario. Funcionan, más bien, como un factor de disciplina, favoreciendo proyectos de inversión más sólidos y penalizando aquellos que solo eran viables en un entorno de financiación excepcionalmente barata.

Esta normalización tiene implicaciones relevantes para la economía real, el crédito, la inversión y el ahorro. Y es precisamente aquí donde resulta clave aterrizar el análisis en el caso español.

España ante 2026: crecimiento diferencial con fundamentos distintos

Si el escenario global se caracteriza por un crecimiento moderado y unos tipos estabilizados en niveles más altos que en el pasado, el estado español afronta este contexto desde una posición relativamente ventajosa dentro de la eurozona. No se trata de una excepción estructural, sino de una combinación de factores que han permitido a la economía española mostrar un dinamismo superior al de la media europea durante 2024 y 2025.

Los datos más recientes confirman que 2025 ha sido un año de crecimiento sólido. Este mejor comportamiento no responde a un único motor, sino a una composición más equilibrada del crecimiento, apoyada en la demanda interna, la inversión y un mercado laboral que ha seguido sorprendiendo por su capacidad de absorción. En este contexto, no resulta casual que el principal índice bursátil español haya alcanzado recientemente máximos históricos, superando por primera vez la cota de los 17.000 puntos. Más allá de su evolución puntual, este hito puede interpretarse como un reflejo de la confianza en los fundamentos de la economía española y en la capacidad de sus empresas para adaptarse a un entorno más exigente.

De cara a 2026, el consenso apunta a una moderación del crecimiento, pero dentro de un rango todavía elevado en comparación con nuestros socios europeos. Más relevante que la cifra concreta es la inercia con la que la economía entra en esta nueva fase del ciclo.

La demanda interna como principal soporte

En el caso del Estado, uno de los cambios más relevantes del último ciclo ha sido el mayor protagonismo de la demanda interna. El consumo privado ha resistido mejor de lo previsto el impacto del aumento de los tipos de interés, apoyado en la fortaleza del empleo, el crecimiento de la renta disponible y una tasa de ahorro que comienza a normalizarse.

La evolución del mercado laboral merece una mención especial. A pesar del endurecimiento de las condiciones financieras y de la desaceleración global, el empleo ha continuado creciendo, apoyado en parte por la inmigración, que ha ampliado la población activa y mitigado algunos efectos del envejecimiento demográfico. Este dinamismo ha permitido sostener el consumo sin generar desequilibrios inflacionistas relevantes.

En paralelo, la inversión ha ganado peso dentro de la composición del crecimiento. La revisión de las series de Contabilidad Nacional ha puesto de relieve un mayor esfuerzo inversor del inicialmente estimado, especialmente en activos intangibles y en construcción no residencial, al que se suma la progresiva ejecución de los fondos europeos.

Inversión, fondos europeos y condiciones financieras

Los Next Generation son los fondos de recuperación pospandemia | iStock
Los Next Generation son los fondos de recuperación pospandemia | iStock

El despliegue de los fondos Next Generation EU empieza a reflejarse con mayor claridad en proyectos concretos, tanto públicos como privados. La ejecución prevista para 2026 apunta a un año especialmente relevante, con impacto directo sobre la actividad y, potencialmente, sobre la capacidad productiva a medio plazo.

Las condiciones financieras, aunque más exigentes que en el pasado, han dejado de endurecerse. Aunque los tipos han descendido desde los máximos recientes, el coste de la financiación sigue siendo más alto que en la década de tipos excepcionalmente bajos. A cambio, el entorno es hoy más estable y previsible, favoreciendo decisiones de inversión más selectivas.

El contexto energético también juega a favor de la economía española. Los precios de la energía se sitúan en niveles sensiblemente más bajos que en los momentos más tensos de la crisis, contribuyendo a mejorar la competitividad empresarial y a contener las presiones inflacionistas.

El sector exterior: menos impulso, pero sin colapso

En el estado español, el sector exterior no es el principal motor del crecimiento en este ciclo. La contribución de las exportaciones netas ha sido limitada, en parte por el fuerte tirón de la demanda interna y el aumento de las importaciones asociado a la inversión.

El menor dinamismo de algunos mercados europeos y las tensiones comerciales actúan como freno, aunque no se observa un deterioro abrupto de la posición exterior

Conviene, no obstante, matizar este diagnóstico. Las exportaciones españolas, especialmente en los servicios no turísticos, han mantenido un comportamiento razonablemente sólido. El turismo, tras el fuerte rebote postpandemia, muestra una normalización gradual, pero sigue aportando crecimiento.

El menor dinamismo de algunos mercados europeos y las tensiones comerciales actúan como freno, aunque no se observa un deterioro abrupto de la posición exterior. El escenario más compartido para 2026 es el de una aportación externa modesta, compatible con un crecimiento sostenido del conjunto de la economía.

Las asignaturas pendientes: productividad y cuentas públicas

El balance positivo no debería ocultar los retos estructurales que siguen presentes. El principal es la productividad. Pese al crecimiento del empleo y de la inversión, los avances siguen siendo limitados y condicionan la capacidad de sostener el crecimiento a medio plazo.

La situación de las cuentas públicas es otro elemento relevante. El crecimiento ha facilitado la reducción del déficit, pero el ajuste estructural continúa siendo un desafío a medida que se retire el impulso cíclico.

A estas alturas del ciclo, gran parte del escenario de 2026 ya está descontado. No se esperan nuevos ciclos de subidas de tipos ni un regreso a políticas ultra expansivas. El consenso apunta a tipos relativamente estables, inflación controlada y crecimiento moderado.

Los riesgos siguen presentes, pero no dominan el escenario central. Actúan como elementos de fondo que aconsejan prudencia y una gestión más cuidadosa del riesgo, tanto a nivel empresarial como financiero.

Gran parte del escenario de 2026 ya está descontado. No se esperan nuevos ciclos de subidas de tipos ni un regreso a políticas ultra expansivas

Para las empresas, este entorno se traduce en una inversión más selectiva, con mayor énfasis en la rentabilidad, la eficiencia y la digitalización. Sectores intensivos en capital comienzan a beneficiarse de una mayor visibilidad sobre la evolución de la demanda.

En los hogares, la estabilización de los tipos ofrece un cierto alivio tras años de inflación y aumento de las cuotas hipotecarias. El consumo se apoya en el empleo y en la recuperación del poder adquisitivo, aunque con un comportamiento más prudente. Por su parte, el mercado inmobiliario refleja también este nuevo equilibrio: demanda elevada, financiación más exigente y menor euforia, lo cual favorece una evolución más racional.

Mirando a 2026

2026 no se presenta como un año de grandes rupturas, sino de consolidación. Los tipos de interés, la inflación y el crecimiento se mueven en rangos compatibles con la toma de decisiones a medio plazo. La economía española y catalana llegan a este escenario con una posición relativamente favorable dentro de Europa, aunque con retos claros por delante.

En este contexto, más que anticipar escenarios extremos, parece razonable centrarse en lo que ya sabemos: un crecimiento contenido, financiación más cara pero estable y una economía que exige decisiones bien fundamentadas. La prudencia, lejos de ser una actitud defensiva, se convierte así en una ventaja competitiva.